A las puertas de Numancia de África Ruh
Porque mi corazón ya no estaba conmigo. Yo misma me lo había arrancado del pecho y lo había dejado atrás, en otro lugar y en otro momento. A las puertas de Numancia. |
A las puertas de Numancia de África Ruh
Porque mi corazón ya no estaba conmigo. Yo misma me lo había arrancado del pecho y lo había dejado atrás, en otro lugar y en otro momento. A las puertas de Numancia. |
Después del monzón de África Ruh
Yo ya he llegado a la conclusión de que los japoneses son los únicos que pueden llevar calcetines blancos y conservar la dignidad al mismo tiempo.
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Después del monzón de África Ruh
El Bushido, el camino del guerrero, es una senda que conduce hacia la muerte temprana. La justicia, el valor y la compasión son más importantes que la propia vida. Así me educaron, como a cualquier samurái, y no es algo que haya olvidado jamás, ni siquiera cuando perdí a mi señor.
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Sobre los puentes de París de África Ruh
Somos dueños de nuestras palabras y actos, pero los sentimientos no dependen de nosotros. Tenemos que aprender a convivir con ellos de la mejor manera posible.
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Después del monzón de África Ruh
-Has visto demasiadas películas -responde fríamente. -Y tú no has visto suficientes. -Me apoyo en el respaldo de la silla y cruzo los brazos sobre el pecho-. ¿Qué os pasa a los japoneses, todas vuestras pelis tienen que acabar con el protagonista muriendo por culpa de una horrible enfermedad? |
Después del monzón de África Ruh
-La memoria de la gente sobrevive varias generaciones, ¿no le parece? -Bien pensado, tiene razón. |
Después del monzón de África Ruh
-Dicen que los japoneses nos adaptamos fácilmente a los cambios. -El profesor mira hacia delante con aire pensativo-. Cuando el emperador Meiji llegó al poder en 1868 y decidió modernizar el país, el mundo entero admiró la capacidad de Japón para abrirse a Occidente y, al mismo tiempo, conservar la mayor parte de sus tradiciones. Sin embargo -añade en voz baja-, eso también tuvo consecuencias. La Segunda Guerra Mundial, por ejemplo.
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Después del monzón de África Ruh
Mientras habla, yo me quedo mirando las tapas descoloridas del diario. Las palabras de Amelia aún resuenan dentro de mi cabeza: «No soy capaz de lamentar la frívola decisión que tomé y que cambiaría el curso de mi vida para siempre». ¿Me arrepentiré yo alguna vez de mi propia travesura, de haber cruzado el mundo para recuperar algo que consideraba que me pertenecía por derecho? Aún no puedo saberlo. Después de todo, Amelia me llevaba ventaja: cuando ella escribió su diario, ya había vivido los hechos que decidió narrar en él.
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Después del monzón de África Ruh
Seguimos recorriendo las calles de Kioto cruzándonos con samuráis, geishas, actores, titiriteros y juerguistas en general. Yo tenía la vaga sensación de estar caminando en sueños: Japón era mi hogar y, al mismo tiempo, me resultaba exótico y atrayente a pesar del tiempo que llevaba viviendo en él.
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Después del monzón de África Ruh
También me había enseñado otras cosas realmente interesantes, como la cantidad de alazor rojo que usaban las geishas para pintarse los labios o el número exacto de vasos de sake que hacían falta para tumbar a una joven como yo.
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Después del monzón de África Ruh
Yo sabía que estaban preocupados por la situación política. No hacía ni diez años que el shogun Tokugawa se había visto obligado a firmar tratados de amistad con diferentes países europeos, entre ellos, Inglaterra; la apertura de Japón a Occidente había permitido que muchos estudiosos como mi padre se trasladaran a Edo, la capital del shogunato, para conocer la cultura y las costumbres del país, pero también había traído consigo numerosos problemas.
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¿Quién escribió la saga?