Dolor de
Zeruya Shalev
Había dado a luz dos hijos y a pesar de ello no lo había conocido hasta que no se le manifestó por primera vez con su ardiente poderío en el epicentro de su cuerpo, aserrándole los huesos, machacándolos hasta convertirlos en fino polvo, triturándole los músculos, arrancando tendones, desmenuzando tejidos, desgajando nervios, cebándose en esa amalgama interior, en la que antes ella jamás había reparado, de que está hecha una persona. Porque solo le habían interesado los miembros que quedaban por encima del cuello, el cráneo y el cerebro oculto en él, la consciencia y el entendimiento, la razón y la reflexión, el libre albedrío, la identidad, la memoria, mientras que ahora no tenía nada que no fuera ella misma, no tenía nada que no fuera él, que no fuera el dolor.