Simone de Beauvoir

…resucitaba la vieja ternura que yo creía totalmente extinguida.

«Sed mujeres, siempre mujeres, más mujeres». Por lo tanto, no todo ser humano hembra es necesariamente una mujer; necesita participar de esta realidad misteriosa y amenazada que es la feminidad.

"El amor auténtico debería fundarse en el reconocimiento recíproco de dos libertades"

Todos los hombres son mortales: pero para todos los hombres la muerte es un accidente y, aun si la conoce y la acepta, es una violencia indebida.

"--Curioso -- dije--. Estamos de acuerdo en todos los puntos; y no en esto: no veo qué es lo que se pierde con envejecer.
Sonrió:
-- La juventud.
-- No es un bien en sí.
-- La juventud y eso que los italianos designan con una palabra tan bella: la stamina. La savia, el fuego que permite amar y crear. Cuando has perdido eso, lo has perdido todo." (Pág.56).

"¿Por qué ya no me quiere? Habría que saber por qué me ha querido. Una no se plantea la cuestión. Incluso si no se es ni orgullosa ni narcisista, es tan extraordinario ser una misma, justamente una misma, esto es tan único que parece natural que sea único también para alguien más. Me quería, es todo. Y para siempre, ya que siempre seré yo. (Y me he sorprendido, en otras mujeres, de esta ceguera. Raro es que una no pueda comprender su propia historia más que ayudándose con la experiencia de las demás; que no es la mía, que no ayuda.) (Pág.220).

"No fue totalmente al azar que hice la pregunta: ¿Hay otra mujer en tu vida? Sin llegar a formularse nunca, vaga y fugitiva, la hipótesis señalaba un vacío, a través de las distracciones de Maurice, sus ausencias, su frialdad. Sería exagerado decir que yo lo sospechaba. Pero, en fin, no me caí de las nubes." (Pág.194).

"Es curioso; ha sido preciso que me haya engañado para que resucitemos las noches de nuestra juventud. Nada peor que la rutina: los choques despiertan." (Pág.154).

Comprendí, a cuenta de mí misma y hasta la médula de los huesos, que en los últimos momentos de un moribundo se pudiera encerrar el absoluto.

Esta vez, la desesperación escapaba a mi control: alguien que no era yo lloraba dentro de mí.

Se había iniciado una carrera entre la muerte y la tortura. Yo me preguntaba cómo se las arregla uno para vivir cuando un ser querido nos ha gritado en vano: ¡Piedad!

«Un cadáver, ya no es nada». Era sin embargo su carne y sus huesos, y aun durante un tiempo era su rostro.

Es inútil pretender integrar la muerte a la vida y conducirse de modo racional frente a algo que no lo es: que cada uno se las arregle a su manera en la confusión de sus sentimientos.

Todavía se deslizarían a menudo el uno al lado del otro, en silencio sobre el mar, la tierra y el aire. Ese instante tenía la dulzura de una recuerdo y la alegría de una promesa.

La angustia la fulminó: la angustia de existir, mucho más intolerable aún que el miedo a morir.

-No tienes nada que reprocharte. ¡No volvamos todo el tiempo al pasado!
-¿Y qué otra cosa tengo?

Es cierto que la historia de la humanidad es hermosa -dijo André-. Lástima que la de los hombres sea tan triste.

«—Tal el privilegio de la literatura —dije—. Las imágenes se deforman, empalidecen. Las palabras, uno se la lleva consigo.»

Fue librada del resentimiento. Su belleza, su misma sonrisa resucitada, exprimían un acuerdo apacible con su misma, y sobre esta cama de agonía una forma de felicidad.
Oh soy muy bien con él (Dios) pero no tengo ganas de ir a verlo inmediatamente.