Buena suerte de Nickolas Butler
Aquella era la casa que había de cambiar su suerte para siempre. Podían presentirlo.
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Buena suerte de Nickolas Butler
Aquella era la casa que había de cambiar su suerte para siempre. Podían presentirlo.
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Canciones de amor a quemarropa de Nickolas Butler
Era fría, solitaria y disonante. La mejor descripción que se me ocurre es que recordaba al modo en que el sonido viaja en invierno, cuando todo queda frío y mudo. A ese silencio que oyes al principio: resulta imposible imaginar que nada pueda vivir o moverse por allí. Y luego, después de aguzar el oído, después de esperar, empiezas a oír a los cuervos en las copas de los árboles y el ruido casi imperceptible de su vuelo, de sus alas en el aire cristalino. Y más: una sierra eléctrica lejana, un coche parado con el motor en marcha, el hielo cada vez más grueso, el agua del arroyo que borbotea al pasar cerca de ese hielo, el goteo de los carámbanos, el canto de los pájaros. Ve apilando todos esos ruidos imperceptibles bajo el tristísimo falsete de Lee, y ya tienes un himno para nuestro rincón en el mundo.
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Canciones de amor a quemarropa de Nickolas Butler
Creemos que el mundo es constante, que, bajo nuestros pies, vaga por el espacio día y noche, con lluvia y con sol. Y llega el día en el que te caes del planeta y empiezas a flotar en el espacio exterior, y todo lo que te parecía cierto, todas las leyes que antes habían regido tu vida, todas las reglas y las normas que mantenían las cosas en su sitio, que te mantenían a ti en tu sitio, han desaparecido. Y ya nada tiene sentido. Adiós a la gravedad. Adiós al amor.
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Algo en lo que creer de Nickolas Butler
Por su parte, Lyle se sentía cada vez más a gusto estando en silencio y cerca de aquellos a los que amaba, sin intentar resolver ningún problema ni responder ninguna pregunta, sino, sencillamente, aprendiendo a vivir de manera más liviana, a amar más intensamente, a comer mejor. Y, antes de cerrar los ojos por la noche, recorría con la mirada los estantes y estantes de libros que, desafortunadamente, sabía, no viviría lo suficiente para leer: todos esos pájaros de alas blancas posados en su nido bajo la pálida luz de la lamparita de noche, sus delgadas páginas aguardando a ser hojeadas, pasadas suavemente por una yema de dedo humedecida, para poder entregar sus historias, sus poemas y sus mitologías. Con todo, y en franco contraste con su avidez lectora, Lyle también se daba cuenta, cada vez más, de que nada le gustaba más que ehar una buena cabezadita y robar ratitos de sueño como un niño roba una moneda de la barra de un bar: un hurto insignificante y banal, pero emocionante.
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Canciones de amor a quemarropa de Nickolas Butler
En la vida aparecen personas que resultan ser un ángel. Personas que descuelgan el teléfono en el momento justo y llaman porque están preocupadas por ti, porque quieren oír tu voz
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Canciones de amor a quemarropa de Nickolas Butler
La música que esa gente tocaba era como un gran salto de agua que se precipitara sobre un árbol imponente y frondosísimo; las notas se iban dividiendo y dispersando hacia abajo cada vez más pequeñas, fluyendo con júbilo, rebotando y deslizándose hacia abajo, más abajo, de hoja en hoja, como si se persiguieran. Familias de un solo hijo que se multiplicaban por mil, por un millón y más; cada riachuelo, cada gotita y cada lágrima eran una chispa de luz y alegría.
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Canciones de amor a quemarropa de Nickolas Butler
Yo hubiera querido detener la ciudad, congelar todo ese movimiento.
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Canciones de amor a quemarropa de Nickolas Butler
Y yo también buscaba esa familiaridad, esa capacidad de correr todos juntos, de moverse juntos sin tener que hablar. Esa calma.
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Nickolas Butler
Lyle nunca se había sentido muy predispuesto a seguir a nadie. Era cierto que había acudido a la iglesia durante décadas, pero nunca de forma reverente, sino más bien como uno va a correos o a la gasolinera, como parte de una actividad rutinaria. Tampoco le interesaba la política; había vivido lo suficiente para ver cómo todos los políticos que había admirado alguna vez se convertían en una decepción miserable, cuando no directamente en mentirosos. Y, por lo que a él respectaba, la religión no era mucho mejor —quizá peor, incluso, si hablaba con franqueza—,
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Algo en lo que creer de Nickolas Butler
El 23 de marzo de 2008, Madeline Kara Neumann falleció en Weston, en el estado de Wisconsin, por una complicación de una diabetes infantil no diagnosticada. Durante los días previos, la niña, de once años, se había quejado reiteradamente a sus padres de que se sentía agotada. Cuando entró en un estado similar al coma, en lugar de llamar a una ambulancia, su familia se limitó a rezar por su recuperación. Se estima que cientos de niños, si no miles, mueren cada año en Estados Unidos a causa de enfermedades tratables, debido a que sus padres o tutores legales optan por rezar por ellos en lugar de recurrir a la medicina o la ciencia (nota al final del libro)
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