Algo en lo que creer de Nickolas Butler
Por su parte, Lyle se sentía cada vez más a gusto estando en silencio y cerca de aquellos a los que amaba, sin intentar resolver ningún problema ni responder ninguna pregunta, sino, sencillamente, aprendiendo a vivir de manera más liviana, a amar más intensamente, a comer mejor. Y, antes de cerrar los ojos por la noche, recorría con la mirada los estantes y estantes de libros que, desafortunadamente, sabía, no viviría lo suficiente para leer: todos esos pájaros de alas blancas posados en su nido bajo la pálida luz de la lamparita de noche, sus delgadas páginas aguardando a ser hojeadas, pasadas suavemente por una yema de dedo humedecida, para poder entregar sus historias, sus poemas y sus mitologías. Con todo, y en franco contraste con su avidez lectora, Lyle también se daba cuenta, cada vez más, de que nada le gustaba más que ehar una buena cabezadita y robar ratitos de sueño como un niño roba una moneda de la barra de un bar: un hurto insignificante y banal, pero emocionante.
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