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La plaza del diamante de Mercè Rodoreda
Yo era de corcho. No porque fuese de corcho sino porque me hice de corcho, el corazón de nieve. Tuve que hacerme de corcho para salir adelante.
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Calificación promedio: 5 (sobre 110 calificaciones)
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La plaza del diamante de Mercè Rodoreda
Yo era de corcho. No porque fuese de corcho sino porque me hice de corcho, el corazón de nieve. Tuve que hacerme de corcho para salir adelante.
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La plaza del diamante de Mercè Rodoreda
En casa vivíamos sin palabras y las cosas que yo llevaba por dentro me daban miedo porque no sabía si eran mías...
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La plaza del diamante de Mercè Rodoreda
"El agua estaba fría y eso me hizo recordar que el día antes, por la mañana, a la hora de la boda, había llovido mucho y pensé que por la tarde, cuando fuese al parque como siempre, a lo mejor todavía encontraba charcos de agua en los senderitos... y dentro de cada charco, por pequeño que fuese, estaría el cielo..., el cielo que a veces rompía un pájaro..., un pájaro que tenía sed y rompía sin saberlo el cielo del agua con el pico... o unos cuantos pájaros chillones que bajaban de las hojas como relámpagos, se metían en el charco, se bañaban en él con las plumas erizadas y mezclaban el cielo con fango y con picos y con alas. Contentos..." (Pág.256).
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Eren morts els que havien mort i els que havien quedat vius, que també era com si fossin morts, que vivien com si els haguessin matat.
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Y entre campana y campana, un caracol de mar de esos que, cuando acercas el oído, suena dentro el mar. Aquel caracol que había podido meterse todos los llantos del mar dentro, era para mí más que una persona. Nadie podría nunca vivir con aquel ir y venir de las olas metido dentro. Y cuando le quitaba el polvo le escuchaba un ratito.
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"Y la señora Enriqueta me había dicho que teníamos muchas vidas, entrelazadas unas con otras, pero que una muerte o una boda, a veces, no siempre, las separaba, y la vida de verdad, libre de todos los lazos de vida pequeña que la habían atado, podía vivir como habría tenido que vivir siempre si las vidas pequeñas y malas la hubieran dejado sola. Y decía, las vidas entrelazadas se pelean y nos martirizan y nosotros no sabemos nada como no sabemos nada del trabajo del corazón ni del desasosiego de los intestinos..." (Pág.249).
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La plaza del diamante de Mercè Rodoreda
"Y sentí inmensamente el paso del tiempo. No del tiempo de las nubes y del sol y de la lluvia ni del paso de las estrellas adorno de la noche, no el tiempo de las primaveras dentro del tiempo de las primaveras, no el tiempo de los otoños dentro del tiempo de los otoños, no el que pone las hojas a las ramas o el que las arranca, no el que riza y desriza y colorea las flores, sino el tiempo dentro de mí, el tiempo que no se ve y nos va amasando. El que rueda y rueda dentro del corazón y le hace rodar con él y nos va cambiando por dentro y por fuera y poco a poco nos va haciendo tal como seremos el último día." (Pág.236).
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La plaza del diamante de Mercè Rodoreda
Y sentí intensamente el paso del tiempo. No el tiempo de las nubes y del sol y de la lluvia ni del paso de las estrellas adorno de la noche, no el tiempo de las primaveras dentro del tiempo de las primaveras, no el tiempo de los otoños dentro del tiempo de los otoños, no el que pone las hojas a las ramas o el que las arranca, no el que riza y desriza y colora a las flores, sino el tiempo dentro de mí, el tiempo que no se ve y nos va amasando. El que rueda y rueda dentro del corazón y le hace rodar con él y nos va cambiando por dentro y por fuera y poco a poco nos va haciendo tal como seremos el último día.
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Y por fin entendí lo que querían decir cuando decían que una persona era de corcho...porque yo era de corcho. No porque fuese de corcho sino porque me hice de corcho y el corazón de nieve. Tuve que hacerme de corcho para poder seguir adelante, porque si en vez de ser de corcho con el corazón de nieve, hubiese sido como antes, de carne cuando la pellizcas te hace daño, no hubiera podido pasar por un puente alto y tanto largo.
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Y sin darme cuenta saqué la botella de aguafuerte del cesto y la puse con mucho cuidado encima del mostrador y me fui sin decir nada, y cuando llegué al piso, yo, que casi nunca había llorado, me eché a llorar como si no fuese una mujer.
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¿Qué escritor encontraba en el desorden y la forma más incómoda de escribir la inspiración?