Rosalía de Castro de Luisa Carnés Caballero
Suspira por las nieblas galaicas, por la lluvia miudiña, que piensa rocío bienhechor para su piel resexa por las fiebres constantes.
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Rosalía de Castro de Luisa Carnés Caballero
Suspira por las nieblas galaicas, por la lluvia miudiña, que piensa rocío bienhechor para su piel resexa por las fiebres constantes.
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Tea Rooms de Luisa Carnés Caballero
Los propietarios de comercios debían de procurar, por su propio interés, que el estómago de sus dependientes estuviese siempre satisfecho y sus pies bien calzados.
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Tea Rooms de Luisa Carnés Caballero
Los problemas de orden «material» (social) no han adquirido aún bastante preponderancia entre el elemento femenino proletario español La obrera española [...] sigue deleitándose con los versos de Campoamor, cultivando la religión y soñando con lo que ella llama su "carrera": el marido posible.
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Tea Rooms de Luisa Carnés Caballero
Aquí las únicas que podrían emanciparse por la cultura son las hijas de los grandes propietarios, de los banqueros, de los mercenarios enriquecidos; precisamente las únicas mujeres a quienes no les preocupa en absoluto la emancipación, porque nunca conocieron los zapatos torcidos ni el hambre, que engendra rebeldes [...] En los países capitalistas, particularmente en España, existe un dilema, un dilema problemático de difícil solución: el hogar, por medio del matrimonio, o la fábrica, el taller o la oficina. La obligación de contribuir de por vida al placer ajeno, o la sumisión absoluta al patrono o al jefe inmediato. De una u otra forma, la humillación, la sumisión al marido o al amo expoliador.
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Tea Rooms de Luisa Carnés Caballero
Matilde ha visto de cerca, ha tocado la tragedia del hogar, la felicidad, la paz del hogar cristiano, tan preconizado por curas y monjas. El marido llega a él cansado de trabajar – cuando hay trabajo–. Allí hay unos chiquillos que gritan, que lloran, y una mujer mal vestida y gruñona, que ha olvidado hace muchos años toda palabra agradable y cuyas manos huelen insoportablemente a cebolla. [...] El marido piensa que las cosas de la casa se hacen por sí mismas (¡milagrera meseta del fámulo Isidro!) y no le da importancia alguna al trabajo de su mujer, el embrutecedor trabajo doméstico. «Me echas en cara el pan que como, pero bien que me lo gano».
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Trece cuentos (1931-1963) de Luisa Carnés Caballero
¿Se había rasgado su cuerpo alguna vez para dar vida a otro ser? ¿Veía en Benitín al hijo que tal vez había deseado tener? Era la mujer solitaria para el niño solitario. La mujer sin hijos para el niño sin madre. No conocía ella su nombre. Sabía, sí, que era un niño solo. Y que morir solo es morir dos veces.
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Tea Rooms de Luisa Carnés Caballero
En este escondrijo cambian las muchachas sus vestidos de calle por los uniformes de labor. En estos clavos cuelgan las empleadas cada mañana su personalidad para recogerla cinco horas después
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Tea Rooms de Luisa Carnés Caballero
En España existe un dilema [...] La obligación de contribuir de por vida al placer ajeno, o la sumisión absoluta al patrono o al jefe inmediato. De una u otra forma, la humillación, la sumisión al marido o al amo expoliador. ¿No viene a ser la misma cosa?
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Tea Rooms de Luisa Carnés Caballero
Desde hace milenios vienen perpetrándose abortos ilegales y prostituciones sin que nadie se asombre por ello. La sociedad viene causando víctimas desde hace millares de años.
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Tea Rooms de Luisa Carnés Caballero
Mujeres se preparan a luchar contra la guerra, a luchar por su emancipación y derecho a la vida. No son mujeres de tipos estandarizados, con gafas de concha, corbata y un carterón de hule o cuero debajo del brazo. Las «de hoy» son mujeres «sin tipo», obreras miserables, con un hijo en el vientre; mujeres que, a veces, no saben leer.
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Tea Rooms de Luisa Carnés Caballero
Existe un dilema, un dilema problemático de difícil solución: el hogar, por medio del matrimonio, o la fábrica, el taller o la oficina. La obligación de contribuir de por vida al placer ajeno, o la sumisión absoluta al patrono o al jefe inmediato. De una o de otra forma, la humillación, la sumisión al marido o al amo expoliador. ¿No viene a ser una misma cosa? |
Tea Rooms de Luisa Carnés Caballero
¡Pero al pequeño le parece tan natural que los juguetes sean de quien los puede pagar! Como asimismo juzga lógico que sus manos y las otras manos de la pequeña legión que grita y gesticula en el patio estén siempre amoratadas y agrietadas por el frío. Porque las manos grandes de «los mayores» también son coloradas y defectuosas. Pero sucede que una vez se ve una de pronto ante los ojos unas manos sonrosadas que despiden grato perfume y entonces comienza a vislumbrarse, aunque confusa e indeterminada, la línea divisoria.
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Tea Rooms de Luisa Carnés Caballero
La obrera española, salvo contadas desviaciones plausibles hacia la emancipación y hacia la cultura, sigue deleitándose con los versos de Campoamor, cultivando la religión y soñando con lo que ella llama su «carrera»: el marido probable. Sus rebeliones, si alguna vez las siente, no pasan de momentáneos acaloramientos sin consecuencia. Su experiencia de la miseria no estimula su mentalidad a la reflexión.
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Tea Rooms de Luisa Carnés Caballero
Hay que comer. Hay que comer, por el medio que sea. Para el estómago, todos los medios son lícitos y admisibles. Es sobradamente sabido que el estómago es amoral.
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Tea Rooms de Luisa Carnés Caballero
Habla el enemigo, a quien se odia y se teme, y de quien no se puede prescindir. Habla autoritario, soberbio. Seguro de ser obedecido. Seguro de la sumisión absoluta de "su" personal. Él es la gran llave del estómago de cada uno de aquellos débiles seres y cada chiquillo de cada mujer inherente a tales seres infortunados. Es el enemigo que a veces hace demagogia de ocasión: "El patrono y el obrero son un solo cuerpo". (No tiene en cuenta que lo que él come no le nutre al complemento de su cuerpo -el jornalero-). El enemigo está viendo durante un cierto número de años -muchos, por lo general- el torso encorvado de "su" cuerpo; encorvado por la penuria, humillado. Una vez advierte que en sus sienes hay pelos blancos, que sus miembros enmohecen. "Tú ya no me sirves". Y a otra cosa. Ahí se queda el pobre cuerpo, con su vejez sobre la espalda. [...] Si se hubiera tratado de su cuerpo, de su organismo auténtico, y no de una metáfora ocasional y vil, por lo embustera, el enemigo hubiera reaccionado de distinta manera.
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Tea Rooms de Luisa Carnés Caballero
Esos blandos olores exquisitos de las cocinas ricas; el sugerente calor que la envuelve a una al cruzar ante las ventanas de esas cocinas, recordándole que ha tomado a las ocho de la mañana una taza de café puro y un pedazo de pan correoso, y que son las dos de la tarde; recordándole a una que su hambre no data de unas horas ni de varios años, que es un hambre de toda la vida, sentida a través de varias generaciones de antecesores miserables.
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Tea Rooms de Luisa Carnés Caballero
A veces -pocas- siente que su vida es demasiado monótona y dura; pero su mente contiene suficientes aforismos tradicionales, encargados de convencerla de su error y de la inmutabilidad de la sociedad hasta el fin de los siglos. Estos proverbios son también quienes le han asegurado que no posee sobre la tierra otro patrimonio que sus lágrimas, y por eso tal vez las prodiga.
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Tea Rooms de Luisa Carnés Caballero
La obrera española, salvo contadas desviaciones plausibles hacia la emancipación y hacia la cultura, sigue deleitándose con los versos de Campoamor, cultivando la religión y soñando con lo que ella llama su "carrera": el marido probable.
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Tea Rooms de Luisa Carnés Caballero
En el invierno, la gente camina deprisa -cada uno a lo suyo-. Hace demasiado frío para fijarse en los demás. Llueve demasiado para detenerse a contemplar una pierna bonita. Y la muchacha modesta no se ve constreñida a caminar salvando el buen equilibrio de un zapato torcido.
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Tea Rooms de Luisa Carnés Caballero
Para la muchacha pobre el cambio de estación supone la adición de un problema a la suma de dramáticos problemas que integran su vida. Cada primavera requiere una renovación proporcional del indumento. La mujer rica desea el estío, que le permite cultivar su fina desnudez. La pobre lo teme. La pobre ve con temor la proximidad de los días radiantes de ese sol enemigo que descubre el zapato informe, que ilumina cada deterioro del atavío con la precisión del reflector a la estrella. La mujer pobre ama el invierno, aunque el agua le entumezca los pies.
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¿En qué año se publicó?