Tea Rooms de Luisa Carnés Caballero
Habla el enemigo, a quien se odia y se teme, y de quien no se puede prescindir. Habla autoritario, soberbio. Seguro de ser obedecido. Seguro de la sumisión absoluta de "su" personal. Él es la gran llave del estómago de cada uno de aquellos débiles seres y cada chiquillo de cada mujer inherente a tales seres infortunados. Es el enemigo que a veces hace demagogia de ocasión: "El patrono y el obrero son un solo cuerpo". (No tiene en cuenta que lo que él come no le nutre al complemento de su cuerpo -el jornalero-). El enemigo está viendo durante un cierto número de años -muchos, por lo general- el torso encorvado de "su" cuerpo; encorvado por la penuria, humillado. Una vez advierte que en sus sienes hay pelos blancos, que sus miembros enmohecen. "Tú ya no me sirves". Y a otra cosa. Ahí se queda el pobre cuerpo, con su vejez sobre la espalda. [...] Si se hubiera tratado de su cuerpo, de su organismo auténtico, y no de una metáfora ocasional y vil, por lo embustera, el enemigo hubiera reaccionado de distinta manera.
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