El último hombre blanco de
Nuria Labari
En este sentido, los hombres juegan con ventaja, porque ellos han sido entrenados durante siglos para sobrevivir sin lenguaje. Este ha sido durante demasiado tiempo el deber ser masculino: tener una mala relación con las palabras. No poder escuchar, no ser capaces de expresarse bien, no tener ganas de hablar, responder con monosílabos. Ser hombre es abanderar una torpeza emocional y lingüística patológica. Y sobre esta carencia se ha construido toda la cultura social, cultural y laboral contemporánea. Es clave ser breve, ser claro y no atender a matices. Desde Homer Simpson al torpe padre de Blancanieves, pasando por Toni Soprano o Jim Hopper, el último gran padre americano protagonista de Stranger Things, la serie que aman los adolescentes de todo el mundo. Hopper es capaz de echar una puerta abajo antes que hablar cinco minutos con su hija adoptiva; tiene ese pequeño problema. También es un poco violento y bebe más de la cuenta, pero es tierno como solo pueden serlo los hombres duros.
A lo largo de la historia, los hombres se han ido quedando sin palabras hasta convertirse en sujetos mudos, en hombres de acción. Y dentro de poco solo una mujer podrá hablar en su nombre, algo que siempre ha sucedido en la infancia de cualquiera. Millones de niños sienten que es más difícil hablar con papá. Pero, al mismo tiempo, el espíritu femenino está en peligro de extinción; no hay espacio para su forma de sentir el mundo, y además es evidente que ellas han notado esta falta de espacio. Por eso andan escribiendo su vida por todas partes, como neandertales que dejan sus huellas en la cueva. Las mujeres no paran de hablar porque saben que quizás esta sea su despedida. Por eso todas claman por su memoria en libros, canciones y películas.
Pero el mundo del trabajo es distinto: allí las mujeres ya han desaparecido. La nueva sociedad laboral estará construida a partir de las incapacidades manifiestas de la masculinidad, de seres demediados que aniquilaron su parte femenina, con independencia del sexo que les fuera asignado al nacer. El arte de persuadir sin matices, de ir al grano, de tener las cosas claras, aunque sean pocas, incluso aunque sean falsas, es el arte de la comunicación profesional. En la alta dirección, al igual que en la política (que no deja de ser una empresa como cualquier otra), la claridad está muy por encima de la verdad. Dicho en dos palabras: Donald Trump. Si quieres llegar a presidente de los Estados de Unidos de América, más vale que seas un tipo sencillo (ni una sola tipa lo ha conseguido todavía), claro y directo, por mucho que la situación sea compleja y haya vidas que dependen de los matices: eso no importa. Tal vez parezca imposible que sea así —del mismo modo que puede parecer imposible que Homer Simpson nos parezca un buen padre—, pero así están las cosas.
+ Leer más