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La leyenda del Santo Bebedor de Joseph Roth
No hay nada a lo que más fácilmente se acostumbre una persona que a los milagros, cuando los ha conocido una, dos o tres veces.
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/Encuentra este y otros artículos en http://revistalengua.com En septiembre de 2022, el gobierno nicaragüense de Daniel Ortega decretó una orden de captura sobre Sergio Ramírez. El escritor, ensayista, periodista, Premio Cervantes 1997 y Alfaguara 1998, miembro de la Revolución Sandinista y exvicepresidente del propio Ortega recibió un respaldo internacional tan unánime como contundente. Sin embargo, la situación se agravó cuando, en febrero de 2023, el ejecutivo de Ortega decidió retirarle la nacionalidad a él y a otros 93 opositores. Exiliado ahora en España, Ramírez aprovechó su presencia en el IX Congreso Internacional de la Lengua Española, celebrado en Cádiz a finales de marzo, para leer este discurso en el que homenajea a los escritores sometidos por las tiranías. Por el texto, el cual está dedicado a la memoria de Jorge Edwards, quien falleció apenas unos días antes del acto, asoman varios de esos autores cuya patria late en lo profundo del corazón y se refleja en la palabra y en la lengua, la cual no entiende de exilios, cárceles o destierros: desde Ovidio hasta Cervantes pasando por Joseph Roth, Stefan Zweig, Czesaw Miosz, Joseph Brodsky, Juan Gelman y Luis Cernuda. Narrado por Antonio Martínez AsensioImagen ilustrativa: Imagen tomada en junio de 1980, en un momento de cambios profundos en Nicaragua: tras el triunfo de la Revolución Sandinista el 19 de julio de 1979 se creó la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional, la cual fue presidida por Daniel Ortega, con Sergio Ramírez como vicepresidente. Esta fotografía registra una iniciativa pública para eliminar el analfabetismo en San Rafael, donde una niña de 12 años enseña a leer y escribir a otros niños y adolescentes frente a la casa de un campesino. Crédito: Getty Images.
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La leyenda del Santo Bebedor de Joseph Roth
No hay nada a lo que más fácilmente se acostumbre una persona que a los milagros, cuando los ha conocido una, dos o tres veces.
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El busto del Emperador de Joseph Roth
Érase una vez una patria, una patria verdadera, a saber: una patria para los “apátridas”, la única patria posible.
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El Leviatán de Joseph Roth
Piczenik sabía que la pobreza es la más irresistible inductora al pecado.
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La marcha Radetzky de Joseph Roth
Por el espacio de un brevísimo momento el teniente tuvo la fuerza sublime del visionario: vio a los tiempos enfrentarse como dos peñascos y él, el teniente, perecía aplastado entre ambos.
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Fuga sin fin de Joseph Roth
Ahora, en cambio, Franz Tunda era un joven anónimo, sin importancia, sin título, sin dinero y sin profesión, apátrida y sin ningún derecho.
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La Cripta de los Capuchinos de Joseph Roth
Piense usted que no hay nada más vulgar que la venganza. No hay nobleza sin generosidad, como no existe la venganza sin la vulgaridad
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La marcha Radetzky de Joseph Roth
La muerte flotaba sobre todos ellos y no estaban familiarizados con ella en absoluto. Habían nacido en tiempos de paz y se habían convertido en oficiales realizando maniobras y ejercicios pacíficos. Por entonces no sabían aún que todos y cada uno de ellos, sin excepción, habían de encontrarse con la muerte unos años más tarde. Por entonces, ninguno de ellos tuvo el oído lo bastante fino como para percibir las grandes ruedas de los grandes molinos secretos en los que ya se comenzaba a moler la Gran Guerra. Blanca paz invernal reinaba en la pequeña guarnición. Y negra y roja aleteaba la muerte sobre sus cabezas en la penumbra del cuartito de atrás de la confitería.
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Fuga sin fin de Joseph Roth
Le parecía que era en París donde estaba su sitio, y su decadencia. Vivía del olor de la putrefacción y se alimentaba del lodo, respiraba el polvo de las casas en ruinas y escuchaba con fascinación el canto de los gusanos en la madera.
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Fuga sin fin de Joseph Roth
La monarquía austrohúngara se había desintegrado. Ya no tenía patria. Su padre había muerto siendo coronel; también su madre había muerto hacía tiempo.
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La marcha Radetzky de Joseph Roth
En tiempos, antes de la Gran Guerra, cuando se dieron los acontecimientos que recogen estas páginas, aún no era indiferente si una persona vivía o moría. Cuando alguien era arrancado del rebaño de los vivos, no aparecía otro al instante para que olvidasen al difunto, sino que quedaba el hueco donde él faltaba y los testigos cercanos o lejanos de su desaparición guardaban silencio cada vez que veían ese hueco. Si el fuego había arrasado una casa de una hilera de una calle, el lugar del incendio permanecía vacío durante mucho tiempo. Pues los albañiles trabajaban despacio y a conciencia, y tanto los vecinos de la zona como quienes pasaban por allí de causalidad recordaban la forma y los muros de la casa desaparecida al contemplar el espacio vacío. ¡Así era antaño! Todo lo que crecía requería mucho tiempo para crecer u todo lo que desaparecía requería mucho tiempo para ser olvidado. Por otro lado, todo lo que había existido alguna vez había dejado su huella, y, además, antes se vivía de los recuerdos al igual que ahora se vive de la capacidad de olvidar deprisa y por completo.
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