Johann Wolfgang Goethe
Cuando desde mi ventana contemplo el horizonte y tras la cumbre de las colinas el sol disipa las brumas matinales, y desliza sus primeros rayos hasta el fondo de los valles, mientras el sosegado río corre mansamente hacia mí, serpenteando por entre los viejos troncos de los sauces desnudos; este admirable cuadro, ahora inanimado y frío como una estampa coloreada; este espléndido espectáculo, que otras veces ha hecho desbordarse a mi corazón, no derrama ahora en él ni una sola gota de entusiasmo o de contento. Allí está el hombre inmóvil; árido, frente a su Dios, siendo un pozo vacío, una cisterna que se ha roto con la sequía. Muchas veces me he arrodillado para pedir lágrimas al Señor, como el labrador implora la lluvia cuando ve sobre su cabeza un cielo cobrizo y a sus pies la tierra muriéndose de sed.
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