Calificación promedio: 5 (sobre 2 calificaciones)
/Soy de los que escriben desde niños, sólo que pasada la adolescencia continuaba en mí la necesidad de pensar, expresarme con la escritura y crear historias; y disfrutaba mucho con ello. En un determinado momento me di cuenta que mi identidad era esa: escritor. Cada vez más me ha ido ocurriendo que las experiencias, las ideas, las preguntas, los problemas… ya no son para mí algo individual, sino que están (casi) siempre vividos desde la perspectiva de tratarlo como literatura, de dejarlo en el papel. Muchos autores dicen que prefieren ante todo la lectura; yo no. Podría prescindir de los libros, pero no de la escritura. A lo largo de los años he escrito teatro, poesía, ensayo… La narrativa ofrece la posibilidad de imaginar los itinerarios vitales de unos personajes y ponerlos en situaciones complejas. Y también ordenar toda clase de contenidos (filosóficos, culturales, políticos, etc.) que se ven asociados a sus peripecias. Eso es lo que más me atrae de la narrativa y por eso es el género que más he cultivado.
Para mí, escribir es una experiencia absolutamente central en mi vida. Una vocación que he volcado en diferentes géneros según lo que he necesitado en cada momento. Me dediqué a los cuentos, que sólo aparecieron publicados por la editorial Páginas de Espuma a partir de 2004, algunos muchos años después de haber sido escritos. Fue una felicidad, y lo sigue siendo. Pero lo esencial para mí no es publicar, sino escribir. Y la mayor parte de lo que he hecho sigue oculto. Afortunadamente esa editorial y esos editores a los que amo me han acogido en su casa y tengo ahora la certeza de que se interesan por mi trabajo. La novela de Tomi la escribí hace un tiempo y no logré encontrar editor, hasta que La Navaja Suiza me ha dado esta oportunidad. En este caso y por primera vez tenía un deseo enorme y frustrado por que apareciera, pues consideraba que era una obra que debía mostrarse en el contexto de la debacle económica provocada por la especulación financiera de 2008. Con todo, pienso que la novela retrata la época en la estamos inmersos, no sólo en lo económico sino en lo moral, lo familiar y social, lo espiritual, el terreno de los valores, etc. Me siento en deuda con esta última editorial que ha tenido el atrevimiento de sacarla y el cuidado y el cariño con que lo ha hecho.
Para empezar, de «la economía» depende la vida o la muerte. Y también la salud o el sufrimiento, el miedo o la seguridad. Basta ver las hambrunas que siguen produciéndose en el mundo, el trabajo esclavo de los niños, los inmigrantes que mueren en las fronteras o la angustia de los parados de larga duración. Después, «la economía» es en realidad una de las manifestaciones de las relaciones sociales. Y en el mundo esa relación es de desigualdad y sometimiento; además, en ninguna sociedad, si no me equivoco, todos sus ciudadanos tienen asegurado techo, comida, vestido, educación, sanidad, manutención, descanso, aun cuando hay riqueza más que de sobra (acumulada en pocas manos) para disfrutar de ello. Por último, creo que el dinero puede convertirse en una obsesión incluso cuando se posee, o ser utilizado como un medio para una vida más interesante. Si se da esa circunstancia en que podemos elegir, yo creo que la mayoría de la gente prefiere vivir tranquila y dedicarse a lo que le gusta.
Yo pienso que sí. Sentirse indigno es insoportable. Y sentirse humillado o manoseado, también. Creo que todos necesitamos al menos un espacio íntimo en que mantener la firmeza; es lo primero que uno ha de recuperar y debe alimentar para que su vida le parezca que merece la pena. Y, a partir de ahí, ser consciente de la dignidad inalienable de toda persona. En cuanto a la belleza, creo que es sanadora, abre un espacio de confianza en la vida. Y eso que estoy de acuerdo con Danto para quien el arte ya no tiene por qué buscarla. El arte que se vuelve desagradable o incómodo por la necesidad de alcanzar cierta verdad, también recibe la fuerza de la dignidad y es para mí una bendición, no cabe duda.
Tomi es, sobre todo, el ejemplo de lo que le puede ocurrir a un trabajador hoy en día y en lo que se nos viene encima. A eso habría que añadir lo que puede llegar a ser un escritor de calidad normalita, y también un canalla, y también alguien que cobra conciencia de la injusticia social y se angustia, y también alguien que trata de cambiar su mundo, y también alguien que no soporta la soledad y busca el amor desesperadamente, y también alguien que experimenta la trascendencia… Tomi Sánchez es una pura invención a partir de todo lo que me preocupa y de lo que vivo.
Creo que el nombre, en general, no nos condiciona (otra cosa es el apellido, que viene unido en muchos casos a fortuna, privilegios, relaciones selectas y más certidumbre de cara al futuro; o lo contrario). Pero un chico que se llame César y otro Jesús, una Cecilia y otra Dolores ¿van a depender en sus vidas de su «relación» con las insignes personas que los llevaron o su significado? Más bien me gusta pensar que ese nombre lo eligieron para ellos con amor, como un regalo. Es lo que hace también Tomi.
No quería una voz narradora externa que asumiera todo el poder narrativo y explicativo de Tomi Sánchez. La vida de cualquiera de nosotros no puede ser evaluada tomando sólo un testimonio. Por eso habla él, pero también sus hijos, sus amigos, sus exparejas y algunos narradores innominados. En la novela hay muchos diálogos. Y una parte en verso absolutamente necesaria porque en ella Tomi llega al límite de sus fuerzas en el deseo de ser comprendido (por un taxista, que tiene un valor simbólico además). Hay un juego formal allí donde era conveniente por razones expresivas (como la escena de la llamada de una funcionaria, repetida con leves variaciones, o la de la playa que motiva la rutina, etc.). Luego, la composición fragmentada vino por el proceso mismo de invención del texto en el que cada escena era un ejemplo de experiencia posible. No veía la necesidad de ligar artificiosamente esas escenas. Por último, surgieron recurrencias, temas que normalmente aparecen dos o tres veces, de manera que dialogan entre sí, se complementan
.Tras la II Guerra Mundial, dice Habermas, la clase obrera renunció a la revolución a cambio de que el Estado asegurase su bienestar: sanidad, educación, asistencia social, seguros de paro, enfermedad y vejez públicos. Con el neoliberalismo de los 70, el pacto se rompió por el lado del capital. Y con la caída del muro de Berlín en el 89 y la disolución de la URSS en el 91 no sólo se hundía un sistema totalitario sino también el crédito de las ideas y organizaciones de izquierda. Por eso el balance de la lucha de clases desde los años 70 hasta la actualidad es netamente favorable al capital. El neoliberalismo ha agudizado más aún la diferencia entre poseedores y desposeídos, entre empresarios de elite y trabajadores; y vemos como los partidos socialistas, liberales y conservadores han procurado que aquellos servicios públicos vayan limitándose y deteriorándose hasta parecerse a la beneficencia, y han empeorado las condiciones laborales. Incluso hoy en día en muchos casos ni siquiera un empleo de 40 horas semanales te garantiza un sueldo con el que poder vivir. Espero que surja una conciencia de la insoportable injusticia que padecemos (en España, el 21% de la población es pobre), una ola de reclamaciones y una reactivación de la lucha organizada. El Comando Luciérnaga es la respuesta testimonial que se sitúa en el contexto de esa derrota y desaliento de las fuerzas críticas con el orden económico. Tirar piedras, acosar a gente poderosa, boicotear tiendas de explotadores es socialmente inútil, no cambia nada; expresa la rabia y la impotencia de los oprimidos.
Hay que combatir el poder en nombre de la vida, la justicia y la libertad con todo lo que tengamos al alcance. La ficción puede ayudarnos a pensar por qué el mundo es todavía tan injusto y cruel, a no dar por válido lo que han diseñado para nosotros los fondos de inversión, la banca, las multinacionales, los millonarios y la casta política que los favorece. A veces soy muy pesimista y descreo de la eficacia de la escritura literaria; otras, en cambio, entiendo que hay que seguir contra-viniendo la continua, masiva, absoluta y prácticamente invisible propaganda del statu quo. Los insatisfechos quizás nos lean.
Ahora mismo estoy pendiente de la recepción del Tomi. Tengo una novela empezada hace algún tiempo que no sé si continuaré, cuentos dispersos que tal vez se agrupen en uno o dos libros más adelante, el proyecto de un ensayo… Ni siquiera son planes excluyentes; pero desconozco por dónde voy a ir. Me fío mucho del deseo y todavía no ha dado la cara.
No sé si fue por un libro. Pero me acuerdo perfectamente del impacto que me causó El gato negro de Allan Poe a los once o doce años. Cuando el protagonista le saca un ojo a su gato Plutón entendí que se podía escribir de cosas tremendas.
Además de Poe, me impresionó el estilo de Quevedo —leímos El buscón en el colegio muy pronto—. Luego Lorca y Cela en la adolescencia; aunque el autor que más nos llegaba personalmente a mis compañeros de clase y a mí fue Hemann Hesse. Recuerdo que mi primera conversación sobre un libro fue acerca de Siddartha.
Aunque no con frecuencia, releo los cuentos de Borges. Y siempre encuentro detalles nuevos.
Muchos. No soy nada sistemático. Por poner un ejemplo, dos veces he intentado el Fausto de Goethe cuyo comienzo me entusiasma; y siempre me detengo en Taberna de Auerbach. La tercera será la vencida.
Hipólito G. Navarro y Ángel Zapata son imprescindibles. Los lectores quedarán fascinados por ellos.
Dice Steiner que los clásicos lo son por un proceso de decantación de lecturas a lo largo del tiempo. Así que si se han alzado sobre miles de obras será que lo merecen con independencia de que me interesen a mí.
No. No soy nada mitómano y tengo una memoria pésima. Todavía no me he aprendido el Soneto XXIII de Garcilaso y lo explico cada año.
Siempre leo varias cosas a la vez y muy dispares por placer o estudio; ahora mismo: La condición posmoderna de Lyotard; las memorias de Iliá Ehrenburg; La cerillera de la poeta Pilar Martín Gila y los cuentos de Eider Rodríguez.
¿Quién escribió la saga?