Las ilusiones perdidas de
Honoré de Balzac
—Sí, sí, Frédéric, nada de bromas. Así que ya ves, Lucien —le dijo Étienne al neófito—, cómo nos portamos contigo. Espero que llegado el momento tú no te eches atrás. Todos queremos a Nathan y vamos a atacarle. Ahora, repartámonos el imperio de Alejandro. Frédéric, ¿quieres el Français y el Odéon? —Si no tienen inconveniente estos señores… —repuso Frédéric. Todos inclinaron la cabeza, pero Lucien vio brillar miradas de envidia. —Yo me quedo con la Ópera, Les Italiens y la Opéra-Comique —dijo Vernou. —Pues bien, entonces Hector se dedicará a los teatros de varietés —dijo Lousteau. —Y yo, ¿es que no voy a tener ningún teatro? —preguntó el otro redactor que Lucien no conocía. —Bueno, pues que Hector te deje las varietés y Lucien la Porte-Saint-Martin —dijo Étienne—. Cédele la Porte-Saint-Martin, está loco por Fanny Beaupré —le dijo a Lucien—; tú te quedarás con el Cirque-Olympique a cambio. Yo me dedicaré a Bobino, los Funámbulos y Madame Saqui