La bestia de Carmen Mola
Ha aprendido a cargar su voz con sensualidad. La boca del gigante se entreabre y en su mirada se dibuja la tentación. Es sólo una fracción de segundo, un breve lapso en que valora yacer con ella, pero la ira vuelve a cerrar cualquier puerta. No sucumbirá al cuerpo de Lucía, aunque ella tampoco lo necesita. La ha bastado esta mínima distracción para alcanzar uno de los jarrones que hay junto a la cama y, rápido, estrellarlo contra la cabeza del monstruo. La porcelana estalla y, con el agua y las flores, el hombre cae al suelo. Podría intentar cruzar la puerta, pero sabe que eso sólo prolongaría la presecución. Tiene que acabar con él ahora, para siempre.
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