Joseph Balsamo: Memorias de un médico de Alejandro Dumas
Vuelve: ¡Ah!, ¡prefieres el ridículo objeto llamado mujer a la perfección de la humanidad que yo represento; prefieres la vida, que es un fragmento a al inmortalidad ...!
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Joseph Balsamo: Memorias de un médico de Alejandro Dumas
Vuelve: ¡Ah!, ¡prefieres el ridículo objeto llamado mujer a la perfección de la humanidad que yo represento; prefieres la vida, que es un fragmento a al inmortalidad ...!
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Joseph Balsamo: Memorias de un médico de Alejandro Dumas
Tal vez se hubieran salvado a no ser por la coquetería de una mujer; una cortesana los precipita al abismo con su delicado pie. ¡Dios nos proteja!
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Joseph Balsamo: Memorias de un médico de Alejandro Dumas
¡Andrea, Andrea! Tú me darás una corona; y tú, Lorenza, ven a mis brazos porque deseo que seas amante mía, mi querida. Con Andrea seré poderoso, y con Lorenza feliz.
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Joseph Balsamo: Memorias de un médico de Alejandro Dumas
Pues en ese caso, ese Acharat, ese Somini, ese marqué sde Anna, ese marqués de Pellegrini, ese José Bálsamo ¿sois vos?
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Joseph Balsamo: Memorias de un médico de Alejandro Dumas
Y una mirada tuya despedirá a esas mujeres perdidas que deshonran el trono; tu presencia purificará a la corte, y a tu benéfico influjo deberá la nobleza de Francia la vuelta de las buenas costumbres, la política y la perfecta galantería.
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Joseph Balsamo: Memorias de un médico de Alejandro Dumas
- ¡Oh! ¡Mujer sin corazón, cuerpo sin alma! Te he salvado la vida, he concentrado en ti mi amor, he hecho callar en mí todo sentimiento que pudiera ofender lo que llamaré tu candor, puesto que para mí eras en mi delirio una virgen tan sagrada como la que está en el cielo ... Ahora te he mirado de cerca, y no eres sino una mujer y yo un hombre ... ¡Oh! Ha de llegar un día en que me vengue.
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Joseph Balsamo: Memorias de un médico de Alejandro Dumas
Sí, respetáis a vuestro padre, y no a causa de sus cualidades ni de sus virtudes, no, sino sencillamente porque os ha dado la vida. Pues bien, señorita, sentado esto como principio, ¿por qué me insultáis?, ¿por qué me rechazáis?, ¿por qué me odiáis, cuando os he dado la vida, o, mejor dicho, os la he salvado?
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Joseph Balsamo: Memorias de un médico de Alejandro Dumas
Su Majestad cantaba infamemente para un músico, y Rousseau, medio lisonjeado con la memoria del monarca, y medio ofendido de su lamentable ejecución, hacía los gestos que hace un mono cuando está royendo una cebolla, es decir, que por un lado llora y por otro se ríe.
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Joseph Balsamo: Memorias de un médico de Alejandro Dumas
Imbécil: a un hombre como yo, no le honra el presentarse ante un rey. ¿A qué debe ese hombre el sentarse en el trono? A un capricho de la Naturaleza que ha hecho nazca de una reina, pero yo soy merecedor de ser llamado a presencia del rey pare recrearle, y esto es debido a mi trabajo y al talento que he adquirido trabajando.
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Joseph Balsamo: Memorias de un médico de Alejandro Dumas
- Todos los de la corte son vuestros, señor Rousseau, estoy encargado por la señora delfina de deciros que en Trianón tenéis habitación preparada, porque no quiere que volváis tan tarde a París. Además, el señor delfín, que sabe de memoria todas vuestras obras, ha dicho delante de su corte, que tenía empeño en enseñar en su palacio la habitación que haya servido de albergue al señor Rousseau.
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Joseph Balsamo: Memorias de un médico de Alejandro Dumas
- No es eso precisamente lo que estoy encargado de pediros - dijo M. de Cogny-; Su Alteza Real la delfina desea dar al rey una diversión más completa y más rara, sabe todas vuestras óperas ... Rousseau saludó nuevamente. - Y las canta admirablemente. Rousseau se mordió los labios. |
Joseph Balsamo: Memorias de un médico de Alejandro Dumas
No neguéis, pues, que hay conciencia; no neguéis que hay alma; ¡no neguéis lo que desconocéis, joven! Sobre todo, creed en la fe, que es el poder supremo y, puesto que tenéis ambición, estudiad.
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Joseph Balsamo: Memorias de un médico de Alejandro Dumas
No tenía muchos deseos de habérselas con el comisario, pues hubiera ido a parar a manos de M. de Sartines, a quien agradaba mucho leer los papeles de jóvenes como Marat, y mandar a los autores de esos soberbios escritos a esas casas de meditación llamadas Vincennes, la Bastilla, Charenton y Bicètre.
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Joseph Balsamo: Memorias de un médico de Alejandro Dumas
El descuartizamiento, la rueda y la horca son tormentos propios de pueblos bárbaros y no de unos que se llaman civilizados; una nación tan ilustrada como lo es Francia ha de castigar y no vengarse.
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Joseph Balsamo: Memorias de un médico de Alejandro Dumas
Una insurrección, aunque fuese sofocada, ilustraría los entendimientos más que mil años de preceptos, más que tres siglos de ejemplos; también enseñaría a los reyes si no los derribaba, y eso es mucho, eso basta.
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Joseph Balsamo: Memorias de un médico de Alejandro Dumas
Lo conozco, pues, hoy, y no me equivoco al decir que es fuerte, pero ignorante; se irrita con facilidad, pero no tiene rencor; en una palabra: aún no está maduro para la sedición tal como yo la entiendo y como deseo que sea. Carece de instrucción para ver los sucesos bajo el doble punto de vista del ejemplo y de la utilidad; carece de memoria para acordarse de su propia existencia.
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Joseph Balsamo: Memorias de un médico de Alejandro Dumas
Quedan, pues, la servidumbre del rey, los cuerpos privilegiados, la guardia, los suizos y los mosqueteros, que apenas forman cinco o seis mil hombres, pero ¿qué hará ese puñado de pigmeos el día en que el pueblo se levante como un gigante?
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Joseph Balsamo: Memorias de un médico de Alejandro Dumas
Porque la independencia es mi ídolo, porque la libertad es mi diosa. No hay más diferencia sino que yo deseo una libertad dulce y radiante, que caliente y vivifique; yo quiero una igualdad que enlace a los hombres por medio de la amistad, no por medio del temor; yo quiero la educación, la instrucción de cada elemento del cuerpo social, como el mecanismo busca la armonía.
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Joseph Balsamo: Memorias de un médico de Alejandro Dumas
Exponéis el bien, pero un bien artificial, inasequible y aéreo, pareciéndose a uno que pretendiese mantener a una muchedumbre hambrienta con bolas de aire más o menos abrillantadas por el sol.
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Joseph Balsamo: Memorias de un médico de Alejandro Dumas
Alzaba su hermosa cabeza, pintándose en sus facciones un tinte melancólico, como si no ignorase que pesaba ya sobre ella el odio de diez millones de hombres, pero deseando probar al mismo tiempo que aquel peso no le daba miedo.
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