La mala costumbre de Alana S. Portero
La droga fue la última forma de ejecución sumarísima de disidentes de un régimen que había encontrado la forma de perpetuarse.
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La mala costumbre de Alana S. Portero
La droga fue la última forma de ejecución sumarísima de disidentes de un régimen que había encontrado la forma de perpetuarse.
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La mala costumbre de Alana S. Portero
Que la violencia machista se dispensa con independencia de lo que hagamos o dejemos de hacer las mujeres era algo que todavía no había aprendido.
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La mala costumbre de Alana S. Portero
Entendí que esas jorobitas de silicona mal puestas que le brotaban de la cara eran los restos que le había dejado la búsqueda de la belleza, que en su día ella la habría ansiado como la ansiaba yo, con la misma sed y la misma desesperación. Ser como ella no era una maldición, era un don. Llevar aquellas plegarias de tejido cicatricial tan visibles significaba haber aspirado a rozar lo sublime
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La mala costumbre de Alana S. Portero
Era una mujer y eso no se me podía extraer como si fuese un tumor, pero sí se podía inhibir si se aplicaba la suficiente presión. Y eso hice yo misma. Aplicar presión y cerrar mi celda por dentro.
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La mala costumbre de Alana S. Portero
En aquella habitación, durante aquel encuentro, no quise ser otra que yo misma por primera vez en la vida
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La mala costumbre de Alana S. Portero
Cuanado reimos con ganas no tenemos edad, lo hacemos igual durante toda nuestra vida y puede adivinarse en nuestra mueca la niña que fuimos o la anciana que seremos.
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La mala costumbre de Alana S. Portero
Algo que parecía caído del cielo y dejado como exvoto en mi umbral. Algo que entre el ruido y la furia de madres babeantes y padres que se tapaban la boca para no dejar salir el llanto, entendí que me pertenecía.
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La mala costumbre de Alana S. Portero
Mi madre lo dijo con cierto orgullo, sin querer seguía haciendo gremio con Margarita durante la conversación y habló como siempre hablaba de su propia capacidad para trabajar, dejando claro que nada se le ponía por delante. «Si hay que fregar de rodillas, se friega, si hay que frotar como una hija de puta, se frota, pero las cosas hay que hacerlas bien.» Esto se lo escuché decir en una conversación tiempo atrás y nunca se me olvidó. Podría ser su epitafio
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La mala costumbre de Alana S. Portero
Los remordimientos y la contención llegan con la decrepitud, como el egoísmo, cuando se habita el reverso de la vida y se entiende que casi nada feo existe que no nos termine por alcanzar.
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La mala costumbre de Alana S. Portero
Los hombres no se hacían hombres, se instruían en la masculinidad, e incluso entre los más buenos, pobre del que fallase en la práctica de la misma.
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La mala costumbre de Alana S. Portero
La conciencia de que necesitas un armario para esconderte te hace listísima en lo tocante al juego de la verdad y la mentira, de lo que dejas ver y de lo que no.
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La mala costumbre de Alana S. Portero
Antes de definirte tú misma, los demás te dibujaban los contornos con sus prejuicios y sus violencias.
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La mala costumbre de Alana S. Portero
Antes de definirte tú misma, los demás te dibujaban los contornos con sus prejuicios y sus violencias.
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La mala costumbre de Alana S. Portero
Nadie debería crecer pensando que, haga lo que haga, acabará por equivocarse de una manera fatal.
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La mala costumbre de Alana S. Portero
Eugenia, la Moraíta, era Medusa. Hablaba mucho para sí misma y en voz baja, este debía de ser rasgo de hechiceras; quizá lo que las no iniciadas veíamos como una conversación a solas era una bruja acordando pequeñas ventajas con demonios o santos invisibles.
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La mala costumbre de Alana S. Portero
No podía ser una de ellas, no podía tocar esa vida, pero sí atesorar lo que sin pretenderlo me enseñaban, era parecido a sacar los mitos más delicados y poderosos de las páginas de los libros y echarlos a andar para contemplarlos, el camino de la ninfa, de la bruja, de la dama blanca o de la arpía me seguía quedando lejos, pero algo adaptado a mí me permitía tejer aquella atención polizona que les dedicaba.
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La mala costumbre de Alana S. Portero
Fue la primera vez que vi con total claridad esa humillación específica, la de negar el nombre, la de exponer la desnudez de otra persona para burlarse, la de aplastar cualquier conquista o historia personal, por dolorosa que haya sido, solo por el placer de ejercer poder, y en ese momento se conformó un «nosotras» tan poderoso que parecía haber estado ahí siempre. Todos mis fantasmas, todos mis miedos posaron sus manos frías en mi espalda, en mi cuello, en mis tripas, en mi entrepierna, en mis ojos, y apretaron al mismo tiempo. [...] la fuerza, la de una mujer que ha atravesado el Tártaro y no ha necesitado que nadie la rescate porque ha dominado el infierno. Entendí que esas jorobitas de silicona mal puestas que le brotaban de la cara eran los restos que le había dejado la búsqueda de la belleza, que en su día ella la habría ansiado como la ansiaba yo, con la misma sed y la misma desesperación. Ser como ella no era una maldición, era un don. Llevar aquellas plegarias de tejido cicatricial tan visibles significaba haber aspirado a rozar lo sublime. Quise besar cada irregularidad de su cara con ternura, como una novicia besaría a la madre superiora el día de su ordenación.
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La mala costumbre de Alana S. Portero
—Sí, señora. Fraga, Manuel Fraga, el ministro, más malo que una diarrea con tos y guarrísimo. Imaginarme a Fraga con la pestaña puesta y lamiendo tacones travestis me lo humanizaba un poco, tuve que recordarme que era un cabrón sanguinario para no dejarle entrar al salón de la dignidad. |
La mala costumbre de Alana S. Portero
a su lado entendí que las hijas estamos siempre en deuda, que no podemos devolver lo que se nos da o lo que nos quedamos porque no es natural hacerlo. Nuestra misión es traspasar eso que recibimos a otras, las que sean. Aprendí que la genealogía, al ser un amor heredado, solo funciona en cascada.
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