Dionisíacas. Cantos I-XII: 1 de Nono de Panópolis
Luego, el furioso toro corrió a través de la inaccesible cima de la montaña dando brincos con la hendida pezuña de sus patas, hasta que arrojó de cabeza, fuera de su lomo, al adolescente. Tras rodar sobre sí mismo cayó sobre sus vértebras en forma oblicua. Y en el mismo momento en que su cuello se partió, se pudo oír un agudo grito de dolor. Inmediatamente el toro lo hizo rodar de aquí para allá sobre el suelo hasta que finalmente lo ensartó con la aguzada punta de su cuerno. Un muerto sin cabeza yacía allí; su brillante cuerpo era ahora un insepulto cadáver bañado en roja sangre.
|