El 3 de agosto, habíase extendido la noticia de la victoria de Sarrebruk, ganada la víspera. Gran victoria, aunque no se sabía a punto fijo. Pero los periódicos se desbordaban de entusiasmo
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El 3 de agosto, habíase extendido la noticia de la victoria de Sarrebruk, ganada la víspera. Gran victoria, aunque no se sabía a punto fijo. Pero los periódicos se desbordaban de entusiasmo
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En medio de aquel malestar sordo del que aguarda, con el escalofrío instintivo de lo que iba a suceder, la certidumbre de la victoria quedaba siempre.
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Los cuatrocientos treinta mil hombres reducidos a doscientos treinta mil; los generales envidiándose y decididos a ganarse cada uno el grado de capitán general, sin ayudar a los vecinos: la más espantosa imprevisión, la movilización y la concentración hechas de golpe y porrazo para ganar tiempo y que terminaban en un laberinto inexplicable
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A última hora se acababa de notar que faltaban 30 000 piezas de recambio para el servicio de los fusiles y había sido preciso enviar a París un oficial que trajo unas 5 000, arrancadas no sin trabajo
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Mauricio había creído en la seguridad de la victoria. A su modo de ver, el plan del emperador era muy claro; echar cuatrocientos mil hombres sobre el Rhin, pasar el río antes que los prusianos estuviesen preparados, separar la Alemania del Norte de la del Sur y, gracias a algún éxito brillante, obligar a Austria e Italia a unirse a Francia
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Pero un escalofrío había recorrido todo París; recordaba la noche tumultuosa, los bulevares atestados de gentes entusiasmadas que recorrían en grupos con antorchas encendidas gritando: ¡A Berlín!, ¡a Berlín!
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¿No es la vida de una guerra de cada segundo? La condición de la naturaleza humana, ¿no es un combate continuo? La victoria del más digno, la fuerza sostenida y renovada por la acción, la vida renaciendo siempre, siempre joven, de la muerte
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Si se encontraba allí como voluntario, era a consecuencia de graves faltas, de una vida de crápula, de su temperamento débil y exaltado, por el dinero que había derrochado en el juego, con las faldas, en las necedades de ese París devorador, a donde llegó para terminar el derecho, a expensas de la familia que se había impuesto grandes sacrificios para hacer de él un hombre
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Se aguardaban con febril impaciencia los telegramas dando cuenta de aquella batalla que todos presentían fatalmente desde el amanecer
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Sus compañeros decían que si hubiese tenido instrucción, hubiera podido subir mucho; pero él, que solo sabía leer y escribir muy poco, no ambicionaba ni el grado de sargento
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¿Cuál de los siguientes libros fue escrito por Gustave Flaubert?