El cementerio que se abre y se cierra, como una ostra en el fondo marino, para revelar su contenido y prometer a quien aspire a reposar en su seno: "No, no eres un grano de arena, eres una perla".
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El cementerio que se abre y se cierra, como una ostra en el fondo marino, para revelar su contenido y prometer a quien aspire a reposar en su seno: "No, no eres un grano de arena, eres una perla".
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[...]; odiaba todo lo que representaba y a la Iglesia que, en su pobre versión del mundo, se arrogaba el derecho de decidir que yo, y otros como yo, éramos criaturas del Demonio, una desviación en el plan divino, cuando en realidad nuestra misma existencia era la demostración de que semejante plan era una invención de los hombres, ni siquiera demasiado imaginativa. Pero había algo en esa religión, que después de todo se basaba en un asesinato. ¿Cómo podía no interesarme? Un asesinato cruento, expuesto a la vista de todos, multiplicado y repetido a través de mil imágenes que tantos simulaban no ver, o miraban de frente solo para atravesarlas [...].
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Quizás la perfección para ocultar la muerte sea la victoria más contundente de este siglo.
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A la tarde salí de la clínica y me tomé un taxi directo al cementerio. Parecía masoquismo, pero no. No podía imaginar otro lugar donde las cosas fueran sinceras. Ni siquiera el hospital, las enfermeras con su optimismo de jardín de infantes frente a los pacientes, los médicos que, a fuerza de sustraer información, no decían nada. Todo el mundo se negaba a pronunciar, o siquiera oír, la palabra "muerte", que mi madre había dicho con el cuerpo, de un modo rotundo.
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La oscuridad es absoluta. Tan negra que nombrarla está de más, que tener párpados es indistinto. A los muertos les cierran los ojos pero es una precaución que suaviza el horror de los vivos; por lo demás, acá dentro no hay nada para ver, acá no hay nada.
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Por las noches, sentada frente a esa superficie que no me devolvía más que el resplandor débil del recinto, experimenté una y otra vez la soledad multiplicada, la imposibilidad de verme. Apenas puedo explicar cómo es hundir la mirada en un reflejo donde falto. Creo que incluso alguna vez, en el contacto con la humedad que sentí en las mejillas, supe lo que eran las lágrimas, y la vergüenza de ser incompleta.
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No tener ningún recuerdo: era como tratar de contener agua en la palma de las manos, y descubrírselas vacías.
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En cambio ella se cerró y no dice nada; no solamente dejó de hablar, dejó de comunicarse.
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Es un cuerpo creado a partir de la unión de distintas partes de cadáveres diseccionados, escrito por Mary Shelley a partir del reto literario de Lord Byron.