La sed de Marina Yuszczuk
A la tarde salí de la clínica y me tomé un taxi directo al cementerio. Parecía masoquismo, pero no. No podía imaginar otro lugar donde las cosas fueran sinceras. Ni siquiera el hospital, las enfermeras con su optimismo de jardín de infantes frente a los pacientes, los médicos que, a fuerza de sustraer información, no decían nada. Todo el mundo se negaba a pronunciar, o siquiera oír, la palabra "muerte", que mi madre había dicho con el cuerpo, de un modo rotundo.
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