Calificación promedio: 5 (sobre 10 calificaciones)
/Qué difícil rastrear eso. ¿La escuela, quizás? Me acuerdo por ejemplo de una composición sobre las Cataratas del Iguazú, muy pomposa, que fue muy celebrada y salió en una revista del colegio. Y por supuesto los diarios íntimos, que escribí desde los 11 o 12 hasta bien entrada la adolescencia y después destruí. Escribía poesía en verso en esos diarios. El primer contacto definitivo, ese en el que decís «quiero ser escritora», fue alrededor de los 20. Escribí un poema sobre pelar un durazno, no sé si era bueno pero recuerdo la felicidad asombrosa de escribirlo y leerlo después. Eso no cambió nunca.
En realidad el germen de la novela no es un tema —creo que los escritores muchas veces inventamos el «tema» después de terminar el libro— sino la figura de una mujer vampiro y las ganas de escribirla, de adentrarme en ese mundo del hambre, la sangre, la mordida. Me atrajeron antes que nada, como me pasa siempre, las posibilidades materiales y poéticas de un personaje así: inventarle una voz antigua, escribir acción, caza, suspenso pero también mucha poesía de la soledad, del paso del tiempo.
Me gusta mucho Carmilla y la amistad que establece con Laura en el relato de Sheridan le Fanu, ese erotismo entre ellas y el hecho de que para Laura, que después tendrá una vida más bien convencional, conocer a esa vampira será probablemente lo más alucinante que le pase en la vida, incluso aunque la prefiera muerta. También me impactó mucho la niña vampiro de Let the right one in, la película más que la novela. Es un personaje andrógino y solo mantiene algunas características más bien animales de los vampiros; necesita sangre, se aleja de la luz, pero vive como una especie de pordiosera, en un departamento que tiene las ventanas tapiadas con cartón. No tiene nada de la sofisticación de Drácula o de otro tipo de vampiros que seducen, se toman su tiempo, hacen de su alimentación un hecho estético. Me gustaba la idea de mezclar los dos órdenes, de hacer una vampira que fuera muy animal pero en un punto también aspirara a más y eso fuera un conflicto.
Primero me interesa lo que las separa y es el tiempo, dos sensibilidades diferentes, dos concepciones de la muerte muy distintas que yo quería confrontar para que hablaran por sí mismas. Después, creo que ellas tienen mucho en común; cada una a su manera, son salvajes, no se conforman. Y no quieren existir en el marco de una relación convencional, ya sea una pareja, un matrimonio. En el caso del personaje contemporáneo, ella tiene mucho por explorar en cuanto a su sexualidad y creo que la aparición de esta mujer vampiro agita algo de eso en ella.
La relación fue totalmente casual y fui la primera en sorprenderme, porque terminé la novela en el 2019 y escribí sobre la epidemia de la fiebre amarilla pensando que estaba contrastando la actualidad con un mundo perimido en el que podía tener lugar algo así, muertes masivas, la ciudad vaciada, los cadáveres en las calles. Creo que lo doloroso de esta pandemia fue que estábamos seguros de que ciertas cosas se habían dejado atrás, y no es así. Nos mostró la vulnerabilidad del mundo que habitamos de una manera muy atroz.
Sí, lo tuve en claro desde el principio y creo que tiene que ver con esa condición del vampiro de necesitar, siempre. Necesitar la sangre, el alimento. Es toda una existencia organizada alrededor de esa necesidad y su satisfacción, que es imposible, solo se renueva. El potencial metafórico de los vampiros es infinito en ese sentido, y la asociación con los artistas casi se impone porque yo pienso que los artistas vampirizamos todo lo que nos rodea, a veces hasta con crueldad.
Pues sí, me parece rarísima la relación de nuestra cultura con los cuerpos. Muy exhibicionista, pero también muy espantada. Nos desfilan las imágenes frente a los ojos todo el tiempo, nunca se mostraron tanto los cuerpos y todos a la vez y los juzgamos o deseamos con mucho fervor y mucho espanto. Eso en cuanto a los cuerpos vivos, los muertos… parece que la utopía es que no haya más cadáver. Incineración y ya. Y eso tiene que cambiar nuestra manera de relacionarnos con el cuerpo, estoy segura.
Sí, puede ser, en todo caso son autoras que admiro y me parece interesante que en un momento fuerte de los feminismos surja el gótico con fuerza porque mi sensación, que quizás compartan otras colegas escritoras, es que hay algo en la experiencia de ser mujer en estas sociedades que dialoga profundamente con el gótico: está el silencio, el secreto, la figura de la loca encerrada, las casas, la oscuridad, lo doméstico, lo que está oculto, la represión sexual… creo que ahora están cambiando las cosas pero la manera en que fuimos educadas como mujeres incluía mucho de todo esto.
Rosa Iceberg es una editorial que publica mujeres y disidencias, existe hace cinco años y mi trabajo básicamente es hacer todo, como en tantas editoriales independientes. Armo el catálogo, me ocupo de cada instancia de producción del libro, trabajo la edición con las autoras, me encargo de la parte comercial, prensa y difusión, en fin, todo. Es probablemente lo más lindo que hice en mi vida y también me enfrento con todas las contradicciones y dificultades de las editoriales independientes acá y en todas partes, supongo. Pero no hay nada más gratificante que hacer libros.
Estoy escribiendo una novela de fantasmas.
Me acuerdo muy bien del impacto de En busca del tiempo perdido, que leí completa cuando tenía veinte años: la cercanía con la voz de ese narrador, y la manera en que iba construyendo un mundo con sentido a partir de una multiplicidad de detalles y anécdotas… Creo que me pregunté todo el tiempo, ¿esto es la literatura?
No me puedo imaginar que un libro me haría dejar de escribir, no escribo por la calidad ni para «superar» a otro sino porque siento que tengo algo que hacer con mi obra, mis materiales, experiencias.
Me parece que la literatura empieza en la poesía. Para mi generación, cuando éramos niños, en las canciones y versos de María Elena Walsh. Después tuve una infancia y adolescencia religiosas, leí varias veces la Biblia. En ese momento no le llamaba literatura pero la poesía de los Salmos y los Proverbios y el Cantar de los Cantares me embelesaba. También estudié piano varios años y es una forma más directa que la literatura para aprender sobre las formas. Quiero decir: el descubrimiento no es un autor, nunca. Eso es lo de menos. Autores hay muchos y ninguno es imprescindible. Es lo que se puede hacer con el lenguaje.
Anna Karenina. Pero ya me lo compré, lo tengo en la mesa de luz.
Me opongo con fervor a la idea de «sobrevalorado», creo que los clásicos lo son por el lugar que ocuparon en la sociedad de su época y traen consigo ese otro mundo. Hoy en día prima la necesidad de exhibir una opinión por sobre la curiosidad y las preguntas, creo que la literatura cayó bajo la lógica de los usuarios y su importancia, sus opiniones, rankings, reviews, en fin. Hay que sacarla de ahí, no es interesante.
No hay nada oculto, por suerte no hay nada oculto. Todo está a la vista. Solo les diría que no miren a nadie y hagan su propio camino de lectura en función de sus experiencias, sus pasiones y necesidades. Que no les importe nada de los demás. Leer es tan, tan íntimo. En ese sentido cuando todo el mundo se pone a leer lo mismo porque se puso de moda… Hay que huir.
No tengo. de hecho soy una odiadora de las citas y de las frases sacadas de contexto porque lo que me emociona en un pasaje no es tanto el contenido sino la vibración que se produce por el lugar que ocupa en el texto. Mira, te doy un ejemplo, una frase divina de Natalia Ginzburg: «Los sueños no se hacen nunca realidad, y en cuanto los vemos rotos, comprendemos de repente que las mayores alegrías de nuestra vida están fuera de la realidad». Está en Invierno en los Abruzos, un relato de Las pequeñas virtudes. Pero tenés que leer todo el texto para llegar a esta cita que está casi al final, y te deja temblando, porque ahí revela que ese invierno fue el último que pasó con su marido, antes de que él muriera en la cárcel. Y se trata de la felicidad que no supimos que estábamos viviendo.
Estoy en una pausa de lectura porque estoy trabajando intensamente en una novela nueva y la releo todo el tiempo, entonces necesito concentrarme en eso. Si no sería como escuchar varias piezas de música a la vez. Sí abro ciertos libros específicos que tengo a mano y repaso páginas, busco fragmentos que intuyo que pueden ayudarme a resolver alguna dificultad concreta. En este caso, sobre todo, las novelas de Shirley Jackson.
Gregorio Samsa es un ...