La sed de Marina Yuszczuk
[...]; odiaba todo lo que representaba y a la Iglesia que, en su pobre versión del mundo, se arrogaba el derecho de decidir que yo, y otros como yo, éramos criaturas del Demonio, una desviación en el plan divino, cuando en realidad nuestra misma existencia era la demostración de que semejante plan era una invención de los hombres, ni siquiera demasiado imaginativa. Pero había algo en esa religión, que después de todo se basaba en un asesinato. ¿Cómo podía no interesarme? Un asesinato cruento, expuesto a la vista de todos, multiplicado y repetido a través de mil imágenes que tantos simulaban no ver, o miraban de frente solo para atravesarlas [...].
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