El fin de la soledad

El amor en muchos casos se cuela entre las rendijas de la soledad, lo llena todo y lo remueve. Y entonces la vida se transforma pero, ¿se es capaz de olvidar el pasado?



El fin de la soledad, la novela con la que Benedict Wells ganó el Premio de Literatura de la Unión Europea en 2016, y que llega con la excelente traducción de Beatriz Galán Echevarríauna.

El protagonista de esta historia sufre la pérdida de sus padres cuando era pequeño. Tras ello ingresa en un internado público junto con sus hermanos donde son separados dentro de él. Sus vidas han cambiado radicalmente pero aún no saben cuanto. La soledad les rodea, aún rodeados de nuevas personas, y cada uno de ellos carga con este pesado trauma de la mejor manera que puede.

Jules es feliz a pesar de ser muy distinto de sus hermanos. Su hermana es la chica rebelde, que habla más que hace y quiere comerse el mundo. Su hermano sin embargo es solitario, con trastorno impulsivo y muy inteligente.

Jules encontrará a una amiga muy especial que el destino se encargará de unir y separar de el a su antojo.

Una historia presente, que viaja a través de la narración de su protagonista desde el pasado. Así, y poco a poco, viviremos junto a él su vida. Como todas, con sus altibajos.

Jules anda perdido durante el resto de su vida. Ha perdido o tiene poca relación con sus hermanos. Y que hablar de su amiga, Alva, a quién no consigue olvidar. Afloran tras las páginas esa agridulce sensación de no saber si se echa realmente de menos a la persona en sí o aquellos momentos que vivieron.

Otro de las reflexiones que puedes encontrarte trata sobre la valentía de vivir. ¿Cuántas cosas te has perdido por miedo a que todo salga mal? ¿Te arriesgas o te quedas en casa con los brazos cruzados? Nuestro protagonista comprenderá que la vida solo es una, que el tiempo pasa. Debe descubrir como vivirla, como sentirla y de quién rodearse en ella. Él no es único con problemas y aún así, con ellos, no es motivo para quedarse parado observando como giran las manillas del reloj.

La vida no es un juego de niños, es algo más complicado que dejarse llevar. El destino juega con nosotros y nuestros momentos. Como bien refleja esta novela, un libro lleno de melancolía. Una melancolía que no es más (ni menos) que la cicatriz de una herida curada con amor.

Un libro lleno de amor, con una historia que refleja las etapas de la vida.

La felicidad, la muerte, la familia, la soledad...
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¿Es una buena o una mala idea leer de manera paralela historias que tienen argumentos parecidos? Creemos encontrar un fino hilo casi invisible que conecta ciertas pérdidas que cambian solo dependiendo de quien las teja. Eso creí que ocurriría cuando intercalé de manera azarosa la lectura de este libro con Cómo maté a mi padre de Sara Jaramillo.

Y puede que me haya saturado a mí misma sin quererlo, pero pese a que esta es una novela bonita y con un mensaje esperanzador, creo que peca de exceso de dramatismo y giros de guion más propios de una película estadounidense.

El fin de la soledad son dos accidentes levemente conectados a distintos tiempos, una serie de círculos que se abren para después cerrarse de manera armoniosa; en el fondo, un bucle de alcance limitado. Tres hermanos son enviados a un internado tras la muerte de sus padres y conoceremos sus relaciones y el paso de los años gracias a la perspectiva del hermano menor, Jules.

Estos tres hermanos, juntos y por separado, conocerán la soledad y viviremos algunos momentos entrañables que pese a su dureza nos pueden resultar ciertamente idealizados. Aunque nadie dijo en ningún momento que la realidad deba inundar la ficción y marcar los mismos procedimientos de actuación.

Al principio reconozco que me atrajo mucho la historia, creo que los personajes (aunque un poco estereotipados) son agradables y realmente quieres conocer cuáles son los caminos que la vida les hará tomar tras esa encrucijada inicial. Pero a partir de más o menos la mitad del libro he perdido un poco el interés.

Estaba pensando si referirme a este libro como comercial, pero tampoco creo que sea una palabra que tenga que ser peyorativa, es una lectura conmovedora, una historia de amor familiar pero también sentimental, una historia de superación, de asimilación de las circunstancias que nos toca vivir. No todos los finales van a ser felices, pero, por supuesto, tampoco van a ser tristes.

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Una historia triste pero esperanzadora a la vez. Trata de tres hermanos que pierden a sus padres siendo muy niños y cómo afecta a cada uno esta tragedia. Los tres desarrollarán un carácter y un modo de vida particular y distinto entre sí a partir de ese momento.

Jules es el que nos narra los acontecimientos que sucederán a lo largo de los años, desde el punto de partida, que es el internado en el que vivieron su infancia, hasta la época adulta.

Esta muy bien contada. A priori puede parecer un libro lento, pero no lo es. Acabas acompañando a Jules en su pesar y entendiendo sus emociones tanto como si fueran las tuyas propias. Pues cualquiera de nosotros, en mayor o menor medida, hemos vivido momentos de tristeza y de soledad.

Maldita soledad, que a veces amiga y otras enemiga.

Cuando los padres de Liz, Marty y Jules fallecen en un accidente de tráfico, los tres hermanos se van a vivir a un internado. Jules (protagonista y narrador) tiene por aquel entonces 10 años. Liz y Marty unos pocos más. Edades diferentes, distintas personalidades...sus vidas, aun estando tan cerca, comienzan en cierto modo a separarse. Pero en aquel tiempo también conocerá a Alva, una compañera de clase misteriosa, con la que iniciará una amistad.

No por ser un tópico es menos cierto eso de que la soledad elegida se disfruta, pero la impuesta es muy dura. Jules nos narra cómo son esos años en los que tienen que aprender a vivir sin las personas más importantes de sus vidas, y también todo lo que ocurrió durante los siguientes puesto que, a lo largo de las 280 páginas del libro, la historia transcurre entre 1980 y 2015.

Son años de idas y venidas, de preguntas (cómo hubiesen sido sus vidas si sus padres no hubieran muerto), de tristeza y melancolía, de aprendizaje, de sueños que se frustran y otros que se cumplen; de asumir la realidad, de huecos que no se pueden llenar, como las casillas de un formulario que no nos corresponde cubrir.

Es un libro que conmueve desde el inicio. La pérdida de los padres es el primer momento dramático de la historia, pero hay más y muy intensos, de esos que te encogen el estómago. Pero también es un libro con puntos luminosos, porque por muy cuesta arriba que se ponga la vida, siempre hay alguien que te empuja para que puedas seguir pedaleando o, al menos, para que no te caigas hacia atrás.

Al terminarlo sentí muchas ganas de reflexionar y de abrazar a la gente que quiero, de agradecerles que estén ahí. Ellos son ese rayo de luz que surge cuando la oscuridad inunda. Cuando parece que no hay nada, siempre hay alguien.

Una novela excelentemente escrita, que llega y emociona, que guarda incomprensión y dolor, tratando de ser compensados en el otro lado de la balanza con el amor en sus diferentes tipos.
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Contada en primera persona por Jules Moreau, el menor de tres hermanos cuyos padres murieron en un accidente de tráfico siendo ellos aún unos niños y van a para a un internado. Este hecho marcará sus vidas y forjará el carácter de los hermanos, sobre todo el de Jules. Es en el internado donde conocerá a Alva, su compañera y amiga y que de una forma más o menos física, siempre estará presente en su vida. Así, la novela, que transcurre entre Alemania, Francia y Suiza, va recorriendo varias décadas de la vida de sus protagonistas y su evolución con el tiempo.

Es una historia amena y emotiva, repleta de sentimientos: nostalgia, soledad, pérdida, rebelión, secretos y sobre todo amor… amor a la propia familia, a la música, a la literatura y en concreto a la persona amada a pesar de la distancia, el tiempo y las dificultades que conlleva. Es una novela evocadora e intimista y que no se recrea en la tristeza.
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