No se me ocultaba a mí cuánto seduce el ansia de la primera gloria, cuánto es dulce el triunfo en un primer combate. ¡Oh miserables primicias de tu juvenil ardor!
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No se me ocultaba a mí cuánto seduce el ansia de la primera gloria, cuánto es dulce el triunfo en un primer combate. ¡Oh miserables primicias de tu juvenil ardor!
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A otras lágrimas nos destinan todavía los crudos hados de esta guerra […] ¿Cuál injusta fortuna ¡Oh Latinos! os ha lanzado a esta desastrosa guerra y retraídos de tenernos por amigos? Me pedís paz para los muertos, para los que han sucumbido a los azares de la guerra, y en verdad que yo quisiera concedérsela hasta a los vivos.
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…y abandonando el cuerpo, voló triste su espíritu por las auras a la región de los manes…
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Los dioses en tanto, congregados en la morada de Júpiter se conduelen de la vana ira de unos y otros y de que estén reservadas a los mortales tan grandes miserias.
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…la leve imagen no busca los escondrijos; antes, remontándose por los aires, va a disiparse en medio de un negro nubarrón, mientras un torbellino arrastra a Turno hacia la alta mar.
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…con la punta de su espada le abre el pecho, oculta morada del alma.
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…cuando en una noche serena enrojece el cielo con sangriento y lúgubre resplandor un cometa, o cuando sale el ardiente Sirio…
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…le sale al encuentro, en mitad de su camino el coro de sus compañeras las ninfas, a quienes, de naves, había trocado el alma Cibeles en númenes del mar; nadando todas juntas, iban surcando las olas, a su lado…” […] “…Cibeles nos trocó en esta figura y nos concedió ser diosas y vivir eternamente debajo de las olas.
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Ya en esto se había retirado del cielo la luz del día y la alma Febe vagaba en su nocturno carro por lo más alto del firmamento.
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Tiempos llegarán (no los precipitéis) en que será forzoso pelear, cuando la fiera Cartago, abriéndose paso por los Alpes, lleve a los alcázares romanos grande estrago.
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Marinero en tierra