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ISBN : 8497934741
816 páginas
Editorial: Debolsillo (30/11/-1)

Calificación promedio : 3.75/5 (sobre 2 calificaciones)
Resumen:
Nueva -y definitiva- entrega de las memorias del controvertido escritor, periodista y actor José Luis Vilallonga, que se inicia con la vuelta del aristócrata a España, al inicio de la transición política protagonizada por Juan Carlos I y Suárez. En la línea de los anteriores volúmenes, Vilallonga nos ofrece abundante información y anécdotas sobre los personajes que formaron parte de aquel apasionante período político, en especial Taradellas, así como de la tensa rel... >Voir plus
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Críticas, Reseñas y Opiniones (1) Añadir una crítica
Joserodher
 20 October 2023
Sorprende en la lectura de su prólogo (llamado «Aviso a navegantes») la cantidad de erratas, que parecen no ser «lapsus calami».
Por ejemplo, nos recuerda una anécdota sobre el marqués de Cuevas. Dice literalmente: ˝…el divino marqués de Cuevas, quien me arrojó una noche vestido de esmoquin a los brazos de Fawzia, una princesa egipcia que, una vez consumados sus propósitos, me dijo con una oblicua sonrisa en los labios que «si mi hermano Faruk se entera de esto corres el riesgo de encontrarte flotando en el Sena con un cuchillo clavado en la espalda»˝ Esta misma anécdota la contó en el libro anterior. El problema es que en el tercer tomo esta princesa egipcia se llamaba Salima.
Nos cita el suicidio de Romain Gary y nos dice: «Otro que tampoco llegó a la meta, porque murió antes de amor, fue Romain Gary, el autor inolvidable de la princesse de l'aube, que se suicidó poco antes de que lo hiciera Jean Seberg, su escurridiza y evasiva amante». El problema es que Romain Gary se suicidó después que Jean Seberg. Romain Gary se suicidó el 2 de diciembre de 1980 y Jean Seberg el 30 de agosto de 1979. Se ve que la memoria de Vilallonga es bastante caprichosa y no se molesta en comprobar los datos.
También nos dice que las conversaciones con Farah Pahlevi fueron editadas por El País/Aguilar en 1944. Fecha improbable. Esto sí parece un lapsus calami. En tan poco espacio de tiempo tantos errores…
No podían faltar por otra parte frases como esta: «También me pareció imprescindible volver a referirme al lado humano de Felipe González antes de que cayera desprestigiado por los escándalos financieros de su partido, que nos hicieron olvidar que aquel hombre cálido, inteligente y cautivador nos había sacado a empellones de la caverna en la que trata de recluirnos de nuevo la derecha hoy en el poder». Si el posible lector fuera tan sectario como el autor, es probable que abandonara la lectura de estas «Memorias» en este momento.
Aparecen extractadas y comentadas una serie de entrevistas que publicó en su día en las revistas en que colaboraba. La de Grace Kelly ocupa bastante espacio y tiene cierto interés si se consigue tolerar el aire de superioridad del entrevistador, nuevo árbitro de la elegancia y del buen gusto. La exactriz dice cosas muy sensatas, en mi criterio, sobre la educación de sus hijos, pero al elegante entrevistador le parece desagradable «descubrir que tenía amigas conservadoras». Dice Grace Kelly, según Vilallonga, «Creo firmemente en la disciplina. Antes, las instituciones religiosas, los colegios, y en el caso de los chicos, el Ejército, subsanaban la falta de autoridad de ciertos padres. Ahora la Iglesia parece haber perdido el norte y en el Ejército la disciplina se ha reblandecido mucho. Además, uno trata de inculcar a los hijos ciertas reglas morales y el respeto a unos principios inalterables, pero en cuanto salen a la calle esos principios y esas reglas son puestos en solfa y ridiculizados en los cines, en el teatro, en la televisión y en la literatura. No digamos ya en una cierta prensa llamada popular». La respuesta de Vilallonga es reprimir un bostezo.
El capítulo dedicado a la entrevista a Burguiba, el político tunecino que lideró la independencia, sirve al autor para presumir de las dotes de seducción de su esposa Syliane con el anciano dictador, al que se le cae la baba literalmente ante la racista francesa nacida el Argelia. Vilallonga aprovecha para distinguir entre algéroise (nacido en Argel de padres europeos) y algérienne (argelino de sangre árabe). Deja claro que Sylianne es algéroise y que el peor insulto para ella es confundirla con una árabe. También aprovecha el elegante para «elogiar» a Franco: «A mí me ha parecido un hombre muy interesante. Un dictador bon enfant que yo hubiese preferido a la bestia obtusa que tuvimos en casa durante casi cuarenta años.» Nos da además el motivo de que Burguiba se vista a la europea: «Verá, señora, yo ya sé que cuando me visto de francés pierdo parte de mi magia, n'est-ce pas? Pero cuando éstos, para imitarme, se ponen chilaba, se aprovechan, ya que nadie los ve, para rascarse continuamente donde usted se puede imaginar y como luego, n'est-ce pas?, tengo que darles la mano, pues me da mucho asco». Todo un descubrimiento antropológico. Como se ve, el autor salpimenta la entrevista de chascarrillos y anécdotas más o menos apócrifas o dudosas con lo que dota de una amenidad indudable al texto.
De vez en cuando se leen frases irritantes como la siguiente: «Los portugueses suelen ser por lo general pequeños y feos salvo algunos especímenes de las clases altas que llaman la atención por su apostura, lo que prueba una vez más que lo único que cuenta de verdad es comer caliente dos veces al día y que aquello de que todos nacemos iguales es una engañosa teoría». Esta profunda reflexión social es curiosa viniendo de alguien tan progresista que se autotitula «El marqués rojo».
El capítulo en que habla de su hijo John (página 221 y ss) consigue que simpatice con él. Tener un padre como el marqués rojo debe ser muy duro. La forma en que habla de su primogénito demuestra que como padre no tiene precio. Desprecia y humilla al hijo y lo presenta de modo tan grotesco que resulta difícil creerle y consigue que nos caiga bien el «limitado» de su hijo, al que es evidente que nunca quiso.
Con gran delicadeza, en el capítulo siguiente, Don José Luis nos informa de la exquisita sensibilidad musical de su hijo Fabricio, que es un mozartiano de pro. Ya con tres años se quedaba extasiado escuchando un adagio del salzburgués interpretado por Perlman (uno de los violinistas preferidos del sensible marqués rojo). Fabricio es realmente hijo de Syliane, no es hijo biológico de Vilallonga, pero para él es su verdadero hijo. El genial Fabricio ya con tres añitos fue depurando los gustos musicales del marqués: «A partir de aquel día y durante los siguientes tres o cuatro años siempre que estábamos en París, en Madrid o donde fuera, Fabricio y yo escuchábamos música siempre que podíamos. Poco a poco el niño fue depurando mis gustos. Los suyos eran muy seguros. Mozart siempre el primero. Bach—las Variaciones Goldberg de Glenn Gould le volvieron loco enseguida—después, Beethoven solo de vez en cuando y siempre que estuviera de humor triste. Cuando Fabricio llegó a la edad en la que pudo expresar sus propias opiniones le bastaba con escuchar los primeros compases de un disco para adivinar quien era el autor del embeleso. Tuvo enseguida una predisposición muy marcada por Brahms y por Schumann; más tarde escuchando a Verdi, descubrió la ópera…»
Suele presumir con mucha frecuencia de parisino fetén. Ejemplo (página 236): «…después de casi treinta años de residencia en el ombligo del mundo, no era probable que renunciara, a cambio de un buen clima, a todo cuanto ello significaba. Siempre recordaría las palabras de mi padre volviendo a pie una noche a su hotel por la Avenue Montaigne: «Esta es una ciudad en la que se vive, en las demás sólo se vegeta». Lo dijo de un modo más bonito, pero el sentido es el mismo».
Estructura el libro (muy voluminoso por cierto, 652 páginas) con entrevistas, de las que ofrece un refrito. La que ofrece en las páginas 247 y ss de Farah Diba tiene cierto interés por el personaje en sí y el momento en que se hace la entrevista. La patética imagen de la emperatriz iraní destronada no deja de conmover.
En realidad no estamos ante unas memorias al uso, ya que no hay orden ni cronología alguna. Este último tomo lo divide en capítulos encabezados con el año en que supuestamente transcurren los recuerdos evocados en él.
Destaco también el retrato inmisericorde de José Manuel Lara, fundador de la editorial Planeta: «Todo un tipo que había tenido el mérito de haber levantado de la nada una de las editoriales más importantes del país. Era un hombre grande, macizo, ordinariote, que se expresaba en un castellano rudimentario condimentado por un fuerte acento andaluz». Acento del que se burla el autor, como no podía ser de otra manera en un catalán afrancesado tan fino y elegante. Añade nuestro marqués: «Era un verdadero patán que me cayó profundamente antipático desde el primer momento en que lo conocí». al menos es sincero.
La imagen que da del Felipe González de 1980 es mucho más benévola, de hecho es poco menos que hagiográfica. La entrevista que transcribe tiene el interés que puede ofrecer leer las presuntas opiniones de Felipe sobre la transición antes de llegar al poder. Parece un tanto excesivo transcribir íntegramente dos entrevistas a Felipe González que ocupan casi 100 páginas de las más de seiscientas del libro. Está clara su admiración y veneración pero convertir un libro de memorias en refrito de varias entrevistas no parece honesto. 100 páginas de entrevista a Felipe González en las memorias del marqués no es muy lógico: sería más adecuado en una biografía (hagiografía) del expresidente. Además se hace un poco pesada la interminable entrevista. Destaco la siguiente frase de Felipe que leída hoy causa gran nostalgia por el respeto a la Constitución y a los principios democráticos que todavía había en esa época «Voy a ser muy claro y contundente. En una sociedad democrática y respetuosa de su Constitución, no se puede en manera alguna negociar con quienes sólo ofrecen como fórmula la violencia y el chantaje» (Parece que el expresidente sigue pensando lo mismo a día de hoy).
La escena del funeral de su madre es, para mí, de lo mejor del libro (páginas 291 y ss -encabezamiento 1980). Es de lo más personal. Sorprende que no sepa la edad de su madre (duda cinco años arriba o abajo): «—¿Qué edad tenía?—me preguntó Syliane como si leyera mis pensamientos. Tardé unos segundos en admitir que no estaba seguro de saberlo. —Supongo que entre ochenta y ochenta y cinco. Se quitaba años, claro, como todas las mujeres…». El momento chusco del entierro en la cripta familiar no tiene desperdicio, así como el colofón del capítulo en que cuenta el porqué de su mala relación con su hermana (páginas 307-308).
Es interesante la conversación con José Mario Armero sobre Picasso y la vuelta del Guernica y especialmente los cotilleos sobre el artista y su famosa tacañería.
La opinión que tiene el marqués sobre el Papa polaco no es muy amable. Cito alguna frase: «El aspecto físico del polaco me decepcionó. No tenía el porte principesco de Pacelli, ni el aire bonachón de Juan XXIII, ni tampoco las afectadas maneras de Pablo VI. Wojtyla tenía gestos y andares de leñador. La sotana blanca le iba corta, calzaba gruesos zapatones y le sudaba la frente». Es lógico que alguien tan socialistamente clasista y elegante a la francesa juzgue a Juan Pablo II por su presunto aspecto físico. No necesitó leer ninguna encíclica, el gesto de leñador ya lo descalificó ad aeternum para el fino olfato del marqués. Esa frase no retrata al admirable Papa polaco sino al escritor snob y clasista.
Llama la atención también lo que piensa sobre el inmenso Fernán Gómez: «Fernando Fernán Gómez, un actor de toda la vida, discreto escritor a sus horas, extraordinariamente grosero con sus lectores y con ese aspecto de sucio que tienen a veces los rubios invadidos por las pecas». Parece muy injusto y arbitrario aparte de insultante. También parece insultante lo que dice de Alonso Millán: «Alonso Millán es un hombre simpático y ocurrente que pese a su extraordinaria fealdad tiene gran aceptación entre ciertas mujeres jóvenes que piensan sacar provecho de su belleza pisando las tablas de un escenario». Lo que cuenta sobre la obra de teatro de este autor en la que participó es divertido: «…hicimos una primera lectura de Revistas del corazón en el escenario del teatro Marquina. Se me cayó el alma a los pies. Pensé que aquello no aguantaría ni tres semanas en cartelera. Pero me equivoqué, porque yo seguía juzgándolo casi todo como si continuara estando en París y en París nadie se habría atrevido a montar aquello por miedo a que quemasen el teatro. Pero por lo visto en Madrid seguía gustando la astracanada. El teatro se venía abajo cada vez que yo soltaba un sonoro «coño» al sentir el pinchazo de la inyección que fingía ponerme Tote García Ortega en el trasero para curarme de un catarro. Revistas del corazón tuvo un gran éxito desde la misma noche de su estreno». Si tan burda le parecía la obra no es muy coherente participar en ella y luego despreciarla. de una de las actrices dice: «Se preparaba con la unción de una actriz shakespeariana y a mí tanta dedicación a unos textos tan misérrimos más que admirable me parecía patético». En alguien tan elegante resulta poco ídem.
«De Baltasar Porcel, al que sólo conozco muy por encima, no puedo opinar ya que, no hablando catalán en la intimidad, sólo lo he leído en castellano, una lengua en la que se maneja mal, probablemente por acudir a diccionarios inadecuados». Como se ve, va soltando divertidas maldades que probablemente a sus destinatarios no le harían demasiada gracia. Por eso la editorial incluyó al final un útil índice onomástico para que cada personaje (o persona interesada en el mismo) busque la referencia que hace el marqués sobre él o ella y la opinión que le merece.
También opina sobre Proust en una supuesta conversación con Umbral: «Proust era un judío pequeñoburgués que al no poder integrarse en la alta sociedad de su época se inventó una a su medida. Lo hizo con gran talento, hay que admitirlo, aunque su literatura tenga a veces relentes de resentimiento social». El resentimiento social no le parece bien al socialista marqués. No sé qué pensarían de ese comentario Largo Caballero o Indalecio Prieto. Probablemente lo habrían conducido amablemente a una Cheka de las que abundaban en Madrid o en Barcelona.
Los comentarios clasistas sobre Umbral no tienen desperdicio: «Umbral —nacido, me dicen, en una portería de Valladolid— cambió su nombre de Pérez Martínez por el que lleva hoy—pensando quizá en el umbral de la gloria— y como Proust, también sin conseguirlo, hizo lo que pudo por codearse con un estrato social que rara vez entreabre sus puertas a los advenedizos». Dicho por un socialista tiene mérito.
Una de las mejores frases del libro es la que suelta a propósito de su relación con Trevijano : «—Trevijano le acusa a usted de ser un arribista.
—Dígale usted a Trevijano que yo con sólo molestarme en nacer ya estaba allí donde él no llegará nunca». El mérito inmenso de haber nacido marqués: sólo necesitó molestarse en nacer para estar por encima de cualquier vulgar plebeyo.
Admira a Mitterrand nuestro autor. Transcribo una frase de una conversación que aparece en el libro que demuestra que el presidente socialista tenía un ojo clínico para prever el futuro: «Francés hasta la médula, se enorgullecía de no sentir ningún temor a que Francia se fuera llenando poco a poco de extranjeros. «No me preocupa—decía—, porque somos perfectamente capaces de asimilarlos, como hemos hecho tantas otras veces a lo largo de nuestra historia.»
La estrategia de Mitterrand con la derecha francesa parece que la han calcado los socialistas españoles: «el temor constante de Mitterrand fue siempre el resurgir de una derecha liberal y democrática. «Tenemos que promocionar a le Pen —le dijo en 1989 a Pierre Beregovoy— porque el menor éxito de su Frente Nacional hará que la derecha, cualquier derecha, resulte impresentable.» Así se hizo y muchos franceses siguen votando a la izquierda porque, en efecto, la derecha que preconiza le Pen horroriza a todos aquellos que tengan dos dedos de frente».
El marqués rojo acaba con estas palabras: «Siempre he vivido convencido de que la peor mentira es la de habernos hecho creer que todos los hombres —ah, y también las mujeres— nacemos iguales y que, como afirmaba el memo de Rousseau, nacemos buenos antes de que la vida nos enseñe lo beneficiosa que puede ser a veces la maldad. Nada de eso es cierto. Algunos nacen ricos, inteligentes y bellos. Otros nacen pobres, feos y sin esperanzas. Nacemos todos lo más desiguales posible y la vida no hace sino aumentar las diferencias. Mientras aceptemos que la cosa no tiene remedio, no conseguiremos ser felices». Está claro que el autor está en el restringido grupo de los ricos, inteligentes y bellos. Así que si nosotros no hemos nacido en noble cuna y formamos parte de la sucia plebe, solo nos queda resignarnos y aceptarlo. La felicidad de la que habla me parece que se referirá a la de su clase privilegiada. No parece muy roja esta doctrina. Suena más a resignación cristiana que a lucha de clases.
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Citas y frases (1) Añadir cita
JoserodherJoserodher20 October 2023
Siempre he vivido convencido de que la peor mentira es la de habernos hecho creer que todos los hombres —ah, y también las mujeres— nacemos iguales y que, como afirmaba el memo de Rousseau, nacemos buenos antes de que la vida nos enseñe lo beneficiosa que puede ser a veces la maldad. Nada de eso es cierto. Algunos nacen ricos, inteligentes y bellos. Otros nacen pobres, feos y sin esperanzas. Nacemos todos lo más desiguales posible y la vida no hace sino aumentar las diferencias. Mientras aceptemos que la cosa no tiene remedio, no conseguiremos ser felices.
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