La única casa en la que había vivido alguna vez resultó ser mi primer infierno [...]
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La única casa en la que había vivido alguna vez resultó ser mi primer infierno [...]
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La consciencia de mi identidad me había dado más lágrimas que sonrisas y ya estaba agotada de tanto prometerme que mañana el mundo sería un lugar más amable conmigo.
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Un par de años más y agarrás la ruta, hacés la tuya. Pero querete, tarada. Querete mucho, porque si vos no te querés, no te va a querer nadie. Querete a pesar de la gente de mierda que busca convencerte de que estás enferma. Querete para poder sobrevivir. Querete para poder cuidar a las que son como vos, o como yo, pero no se quieren. Querete aunque te traten peor que a un hongo que crece en la comida. ¡Total, qué saben los hombres sobre los hongos! Vos elegís a qué lado aferrarte. Un lado te va a hacer crecer, el otro lado te va a hacer destruir
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—Y entonces, ¿quién sos? —le preguntó, y el humo denso del cigarrillo dibujó un círculo perfecto que trepó hasta el cielorraso. —No estoy seguro… No estoy segura. Siento que ya cambié tantas veces desde que me levanté hoy a la mañana... —No entiendo qué querés decir —respondió la otra—. Explicame. —No sé explicarme, no me siento yo mismo. Ser tantas personas a la vez es muy difícil. |
No me tenés que explicar nada. Entre nosotras nos reconocemos. Como… cuando dos inmortales se encuentran en el mismo lugar y se presienten.
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Cuando te pegan en la escuela, aprendés a ponerte bien duro para protegerte, como los gusanos cuando van a convertirse en mariposa.
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—Veo… veo… que vas a ser una hermosa princesa. Cristóbal se murió de risa, claro, pero esa noche, antes de dormirse, pensó que sería lindo ser una princesa porque podría usar todos los vestidos de la abuela Amanda y papá no le diría nada ni se enojaría, porque las princesas sí pueden usar vestido. |
—[...] Ahora no te das cuenta, pero en veinte años te van a preguntar cómo empezaste y vos vas a decir que con una amiga, y de esa amiga no te olvidas más. —Tengo veintiséis años, querida. En veinte años voy a estar muerta. |
Y allí quedaría ella, frente al espejo, disfrazada de macho, mirándose a los ojos ensombrecidos, preguntándose en silencio cómo sería si hubiese nacido varón, con la sonrisa extinguiéndosele despacio, como el humo que queda en el aire después de que se apaga la llama de una vela.
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Para alguien como yo, estar a salvo significaba bajarse de los tacos, sacarse el maquillaje, dejarse de joder con las faldas.
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Manolito ...