Lo malo de tener una casa grande es que tocas a más metros, pero a menos gente.
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Lo malo de tener una casa grande es que tocas a más metros, pero a menos gente.
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Mi padre nunca me dijo te quiero (porque no le salía, quizás porque era obvio y no hacía falta decirlo); mi madre no tenía Google para teclear "depresión juvenil", ni tanto donde elegir, ni en el colegio había un psicólogo; mis padres jamás fueron a un especialista en salud mental, ni leía libros sobre la materia...
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Los espacios los ocupan los ruidos.
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No es lo que la vida te pone en el plato, sino cómo te lo comes.
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Vivir es convivir con tus demonios, aceptarlos de algún modo, saber que están ahí, pero que no tienen ni media hostia, darles un espacio en la mesa para luego no pasarles ni la sal, al enemigo ni agua.
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¿Quién comprende a los que siempre tienen que tratar de comprender a los demás?
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La adolescencia siempre será una edad de doloroso alumbramiento, una edad de abrir puertas que chirrían, de cerrarlas, de llamar con los nudillos y que no te abra nadie, de tirarlas abajo a patadas. Porque vas a tener que ser tú el que lo haga. Abrir, empujar, salir.
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Hay un momento en que nos hacemos adultos porque de golpe, un día, al levantarnos, entendemos a nuestra madre o a nuestro padre, les entendemos de un modo en que nunca antes los habíamos entendido.
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Romperse de vez en cuando es la mejor manera de volverse a reconstruir.
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A veces te duele más el vacío del futuro que el del pasado.
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¿Cuál es el órgano que trasplantan a Cora?