Sabemos que las palabras, como los signos, cambian de significado. Durante mucho tiempo, los puntos sucesivos al final de un renglón se han utilizado para señalar lo perdido y lo desconocido, lo que no se decía o lo que no se podía decir, lo que se había dejado de lado o se había omitido, incluso lo que se dejaba abierto. De este modo, estos tres puntos se han convertido en un signo que invita a deducir aquello que se sugiere, a imaginar aquello que falta, un símbolo que representa lo que no se puede decir, aquello sobre lo que callamos celosamente, lo repugnante y lo obsceno, lo reprobable, lo quimérico y, a veces, la propia realidad tal cual es, por más que queramos cerrar los ojos ante ella.