Detrás de un beso

—No te juzgaríamos si decidieras entregar tu corazón a otra persona, Jacqueline —musitó Samantha poniendo una mano sobre las suyas en un gesto de cariño.
—El problema es que no puedo —repuso ella con una sonrisa triste—. No se puede entregar lo que ya no te pertenece.

-Porque cuando piensas en la persona amada sientes que no hay nadie más. Porque cada latido de tu corazón clama por su cercanía. Porque sus miradas y sus sonrisas pasan a ser tu razón de vivir. Porque eres consciente de que tu alma ha encontrado su lugar -respondió el doctor Richmond, con una nota melancólica en su voz-. Porque eso, mi querido muchacho, nunca lo he sentido con nadie.

¿Y crees que tu miedo te hace menos merecedor de mi amor?

Ella no cejaba en hacerle ver que sus sentimientos eran firmes y no iban a cambiar. Lo había amado cuando no era más que una sombra del hombre que podía llegar a ser, y lo amaba de igual forma ahora que estaba a un paso de conseguirlo. Pero el muy cabezota se negaba a aceptarlo.

—Sigues sin entenderlo, Joshua. El amor no se reclama. El amor se ofrece —repuso ella con esa sabiduría innata que le hacía sentir tan humilde—. Yo te he ofrecido el mío. En tu mano está aceptarlo de una vez o continuar negándolo.
Y por fin Joshua lo comprendió: ya fuese en el cielo o en el infierno, el amor de Jacqueline lo acompañaría siempre.

—¿Y crees que tu miedo te hace menos merecedor de mi amor? —bufó la muchacha—. Todas las personas vivimos con miedo, Joshua. Miedo a perder a la gente que nos importa, a no alcanzar nuestros objetivos, a defraudar a los que nos quieren... Al hambre, a la enfermedad, a la pobreza y a la muerte. No conozco a nadie que no tenga miedo de algo. Pero ¿sabes? Es ese miedo el que nos reta a seguir adelante y nos mantiene en guardia. Tener miedo no nos hace débiles, Joshua. Lo que nos debilita es dejarnos vencer por él.
Ahí estaba Jack Ellis en todo su esplendor. Ya fuera en forma de pilluelo o con la encantadora imagen que tenía ante sí, no había conocido a ninguna otra persona capaz de profundizar en los sentimientos de una forma tan natural y con tanto acierto.
Como siempre, se quedó sin palabras ante su razonamiento.