Por el espacio de un brevísimo momento el teniente tuvo la fuerza sublime del visionario: vio a los tiempos enfrentarse como dos peñascos y él, el teniente, perecía aplastado entre ambos.
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Por el espacio de un brevísimo momento el teniente tuvo la fuerza sublime del visionario: vio a los tiempos enfrentarse como dos peñascos y él, el teniente, perecía aplastado entre ambos.
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Al jefe de distrito le daba la sensación de que ahora el mundo entero estaba formado por checos: una nación que consideraba díscola, testaruda y necia, por no decir que los consideraba los inventores del concepto de nación en sí.
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La muerte flotaba sobre todos ellos y no estaban familiarizados con ella en absoluto. Habían nacido en tiempos de paz y se habían convertido en oficiales realizando maniobras y ejercicios pacíficos. Por entonces no sabían aún que todos y cada uno de ellos, sin excepción, habían de encontrarse con la muerte unos años más tarde. Por entonces, ninguno de ellos tuvo el oído lo bastante fino como para percibir las grandes ruedas de los grandes molinos secretos en los que ya se comenzaba a moler la Gran Guerra. Blanca paz invernal reinaba en la pequeña guarnición. Y negra y roja aleteaba la muerte sobre sus cabezas en la penumbra del cuartito de atrás de la confitería.
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Ocultaba su inteligencia tras la ingenuidad: pues no es de recibo que un emperador sea tan listo como sus consejeros.
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Los surcos de su rostro eran una pura maraña de maleza en cuyo interior anidaban las décadas.
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Veía el resplandor dorado que brotaba de la procesión y no oía el oscuro batir de alas de los buitres. Pues ya daban vueltas por encima del águila bicéfala de la monarquía de los Habsburgo los buitres, sus fraternales enemigos.
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En tiempos, antes de la Gran Guerra, cuando se dieron los acontecimientos que recogen estas páginas, aún no era indiferente si una persona vivía o moría. Cuando alguien era arrancado del rebaño de los vivos, no aparecía otro al instante para que olvidasen al difunto, sino que quedaba el hueco donde él faltaba y los testigos cercanos o lejanos de su desaparición guardaban silencio cada vez que veían ese hueco. Si el fuego había arrasado una casa de una hilera de una calle, el lugar del incendio permanecía vacío durante mucho tiempo. Pues los albañiles trabajaban despacio y a conciencia, y tanto los vecinos de la zona como quienes pasaban por allí de causalidad recordaban la forma y los muros de la casa desaparecida al contemplar el espacio vacío. ¡Así era antaño! Todo lo que crecía requería mucho tiempo para crecer u todo lo que desaparecía requería mucho tiempo para ser olvidado. Por otro lado, todo lo que había existido alguna vez había dejado su huella, y, además, antes se vivía de los recuerdos al igual que ahora se vive de la capacidad de olvidar deprisa y por completo.
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Su enigmático retrato se perdía en la sombra de la moldura del gabinete. La memoría de Carl Joseph se aferraba a aquella imagen como único y último símbolo que le había legado su larga cadena de antepasados desconocidos. Él era su heredero. Desde que se había incorporado al regimiento, se sentía nieto de su abuelo y no hijo de su padre; es más, era el hijo de su peculiar abuelo.
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Es un poema épico griego compuesto por 24 cantos, atribuido al poeta griego Homero. Narra la vuelta a casa, tras la guerra de Troya, del héroe griego Ulises