Es un honor luchar a tu lado, Elisabeth, dure lo que dure. Me has recordado cómo se vive. Merece la pena tener algo que perder.
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Es un honor luchar a tu lado, Elisabeth, dure lo que dure. Me has recordado cómo se vive. Merece la pena tener algo que perder.
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Primero aprendí a preparar el té. Cuando los humanos quieren ayudar, siempre están ofreciendo una taza de té.
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Cada uno de aquellos libros poseía un alma. Muchos tenían siglos de antigüedad y eran irreemplazables. Y algunos acababan de saborear la libertad por primera vez desde su creación; solo unos minutos de libertad tras una vida entera de encierro. Aun así, cantaban mientras daban la vida.
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Tinta y pergamino le fluían por las venas. La magia de las grandes bibliotecas le vivía en los huesos. Formaban parte de ella y ella formaba parte de ellos.
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Siempre hay más de una forma de ver el mundo. Los que afirman lo contrario preferirían que moraras para siempre en la oscuridad.
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— ¿Te gusta este sitio? — Por supuesto que me gusta. Tiene libros. |
¿Eso hacía la gente? ¿Rendirse y ya está? ¿Cuando en el mundo había tantas cosas que amar, por las que luchar?
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Officium adusque mortem. El deber hasta la muerte.
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Porque las bibliotecas no contenían libros corrientes, sino conocimiento al que se había insuflado vida. Sabiduría a la que se había dado voz. Cantaban cuando la luz de las estrellas entraba a través de las ventanas. Sentían dolor y sufrían. A veces eran siniestros y grotescos, pero también lo era el mundo exterior. Y eso no lo hacía menos merecedor de luchar por él, porque, allá donde había oscuridad, también había luz.
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La vida es como el aceite de una lámpara. Se puede medir, pero el ritmo al que se consuma dependerá de qué intensidad se elija a diario, de lo fuerte que arda la llama.
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Gregorio Samsa es un ...