Las inundaciones eran el vicio de Manorá. En la estación de las lluvias, el río se hinchaba en su hondo cauce. Enloquecía de remolinos. Desbordaba sobre campos y valles. Podían subir las aguas un metro y más en una noche. Sólo quedaba fuera de las aguas el islote de la loma alta, Acä-roysä, en el que está situado el cementerio. En noches de luna la cabeza fría de la loma brillaba como un jardín fantasmal velando desde lo alto el sueño de los vivos. |