Cuanto más suben en latitud los barcos, más cambiantes se hacen los rostros del hielo. Las metáforas no sirven para describir sus volúmenes ni su admirable variedad. Los icebergs toman los rasgos de personajes de tragedia. Transcriben atmósferas espectrales, ya no una soledad gloriosa, sino la angustia del aislamiento. Los hielos ponen a prueba el sistema nervioso de los exploradores, que anotan en sus cuadernos sus estados de ánimo. Repiten las mismas frases, emplean las mismas palabras, expresan los mismos sufrimientos. Cuando la imaginación es desbordante, es un modo de mantenerse a flote.