Martinete del rey sombra

Farinelli canta y el cielo está aquí con ellos, y cada estrella y cada luna que tenga que venir ya está abierta como un fruto de luz soñada en sus oídos, y todo es tan hermoso que duele en el centro del alma, donde solo cabe la pureza y el silencio. El rey llora y la reina ríe, emocionados por la vida, por lo lejos que queda el mundo todo cuando están juntos y dentro de la música, mecidos por el sonido como por líquido amniótico en la paz absoluta del vientre de una madre.

Porque ellos siguen siendo un pueblo de tinieblas, los siempre nadie. En las páginas tachadas de la historia. Podría haber sucedido todo eso, o podrían haber brotado de un agujero en el centro del desierto y que de ahí viniera la soledad que los construye. Podría ser de un túnel excavado en la piedra, que conectara el infierno con el país donde los árboles danzan con los tigres. Hijos de la luna nueva y el canto amarillo de las avispas, nacidos por desacato un día de lluvia, de la luz de un eclipse, del vientre de Lilith o de la gran crisálida de la mariposa de la muerte. Podrían ser. Música y tortura. Los siempre extranjeros, los gitanos, con grilletes y cadenas en los arsenales del rey de España, bailando al borde de las palabras y la extinción, sin saber de dónde vienen pero teniendo claro, como el mismo cielo de la mañana, quiénes son.

A fin de cuentas el gitano siempre es el otro, una cosa parecida a ti pero no más que un dibujo a una flor, los miras y son poco más que cascarones de hombres con un incendio dentro, con un vertedero y una biblia con las páginas tachadas. Un reflejo torcido en un espejo que hay que romper. Eso de ahí. Una maraña de espectros y harapos que gritan y hasta cantan, rodeados de ojos y armas, de miedo y excrementos. Y tú no. Ellos están dentro y tú estás fuera. Con eso baste para seguir tu camino. Déjalos ahí en la plaza. Animales abigarrados, con sus llantos de niños de teta y legañas, con su poca nada atravesándoles la boca y el pecho. Y esos ojos que huelen a ceniza.

Gitano es aquel que viste, habla y vive como un gitano, sea o no descendiente de los viejos egipcianos. Hay una lengua, una ropa y una forma de estar en el mundo que no debe ser tolerada, que envenena la tierra y enturbia el aire. No es más que un capítulo más del libro bastardo de la pureza, el de tantos grupos diferenciados a los que las necesidades de los estados modernos para su propia supervivencia y eficacia acaban arrinconando o borrando, por el pragmatismo del control que toda diversidad siempre dificulta. Gitanos, judíos, agotes o moriscos. Pero qué es esa lengua que hablan los gitanos en España y que hay extirpar de las bocas. Algo que se dice y no se entiende, una algarabía de sonidos que encripta al pueblo que la habla y que lo hace siempre sospechoso de guardar secretos y conspirar, de engañar y mentir. El romaní es el tronco común de la lengua de los gitanos del mundo, pero en su diáspora ha ido mutando en tantos dialectos como lugares han contaminado su boca. En los reinos de España, por la persecución, el abandono y la propia inercia del hablar, fue perdiendo el hueso y se quedó en la cáscara.

Han apresado a todos los gitanos, sin importar que fueran bien casados a los ojos de Dios ni que vivieran avecindados y en orden, trabajando de oficios honestos y a buenas con sus vecinos. Se trataba de extinguir lo que pudre, no de torcer lo que estaba sano.

El dolor es largo, pero siempre lo arrastra el olvido, con su hilo negro haciendo zigzag en los labios y la maleza creciendo dentro de cada palabra.

La paz es el único camino para poder ganar la guerra. Y ganar la guerra no significa vencer en combate sino hacerlo de tal modo que las condiciones del mundo en paz sean las que tú impongas.

Quiénes son los gitanos. Qué significa ser uno. Cómo nació el primero de ellos y de dónde viene su lengua torcida, los colores festivos de sus ropas, su gusto por la errancia y por la magia, su naturaleza de prófugo y su esquiva condición de hijos de Dios o del Diablo. Quiénes son estos seres cuya mera existencia es ya una forma declarada de disidencia para las otras naciones de Europa. [...] Quiénes son y por qué están aquí, sentenciados por ser, perseguidos por estar. [...] No hay una historia de los gitanos porque ellos no la escribieron, tal es la suerte de los pueblos ágrafos de la tierra, condenados a ser contados por los otros o a desaparecer. [...] Los gitanos, y en eso coinciden todos los relatos, están malditos, y ellos lo saben, unos dicen que por haber forjado los clavos de Cristo y otros que por haberlos robado. En esa tensión dicotómica está el abismo al que se enfrentan cada día: los implacables ojos de los demás.

El rey relojero quiere controlar el tiempo, ejercer su dominio sobre lo inexorable, sobre todo aquello a lo que su trono no le da potestad, está creando un ejército para el gran combate, un combate perdido de antemano contra la degradación y la muerte. Dios no mira pero el tiempo sí. Un reloj es una caja para doblegar el miedo y encerrarlo dentro. Por eso el rey quiere tener todos los relojes, o quizás no, y simplemente sea el ruido musical de centenares de minuteros golpeando el interior de su cráneo como un mantra o un milagro.

Al fin y al cabo ser gitano ha sido siempre algo parecido a esto. Fuga, canción, pena y presidio. La noche del 30 de julio de 1749 la luna llena era un agujero blanco, el ojo tuerto de Dios, la calavera futura del sol y el espejo de su luz absurda, descalza, pequeña y perdida. Nadie tiene rostro esta noche, nadie, y la noche parte en dos miles de vidas. Gitano, gitana. Tu corazón es sucio como el barro y la nieve pisada, pero late igual dentro de tu pecho. Esta noche no tiene rostro pero nos está mirando fijamente a los ojos.