La amaba, lamentaba no haber tenido tiempo ni inspiración para ofenderla, para hacerle daño, y obligarla así a recordarme. La encontraba tan bella que habría deseado poder volver sobre mis pasos, para gritarle encogiéndome de hombros: "¡Qué fea me parece, qué grotesca es usted, qué asco me da!"
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