(…)después de todo, sin ti soy bien poca cosa, mi valor lo determina el amor que me tengas y existo para los demás en la medida en que tú me quieras. Si dejas de hacerlo, ni yo ni los demás podremos quererme»
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(…)después de todo, sin ti soy bien poca cosa, mi valor lo determina el amor que me tengas y existo para los demás en la medida en que tú me quieras. Si dejas de hacerlo, ni yo ni los demás podremos quererme»
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De tan pálida, eres casi translúcida, puedo verte el corazón.
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¿Te acuerdas cuando decías que los ojos azules lo son porque no alcanzaron color, que el café es el color de las mujeres de tu tierra y que es rotundo y definitivo como el barro, como el surco, como la madera?
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Lo que duele es pensar que ya no me necesitas para nada, tú que solías gritar: «Quiela» como un hombre que se ahoga y pide que le echen al agua un salvavidas
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¡Miren qué chistosos se ven los dos juntos: el salvaje mexicano, enorme y llamativo y ella, criatura pequeña y dulce envuelta en una leve azulosidad!
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Élie Faure me dijo el otro día que desde que te habías ido, se había secado un manantial de leyendas de un mundo sobrenatural y que los europeos teníamos necesidad de esta nueva mitología porque la poesía, la fantasía, la inteligencia sensitiva y el dinamismo de espíritu habían muerto en Europa.
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¿Qué no sabes que el amor no puede forzarse a través de la compasión?
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iba a responderle que era el amor, ya lo ves, soy rusa, soy sentimental y soy mujer
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Siento que también yo podría borrarme con facilidad
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Como agua para chocolate