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Crítica de gustavoadolfo


gustavoadolfo
27 May 2019
Uno

En Colombia los libros siempre han sido costosos. Parece que de nada han servido las innovaciones técnicas y tecnológicas en esta industria, ni tampoco el tan celebrado incremento del mercado de los lectores. Incluso la diferencia en precios entre los libros de papel y los electrónicos aún no es significativa. Considero que en nuestra sociedad el alto costo de los libros —y en general del arte y la cultura—, es la forma más efectiva de censura: aquí no es necesario prohibir leer, y no son necesarios los antiguos listados de autores y libros prohibidos. El precio económico que debemos pagar por los libros y la cultura parece ser suficiente para alejar a la mayor parte de los interesados. Por ello no sorprende que un libro nuevo cueste más que un litro de licor; ni tampoco llama la atención que las salas de nuestras casas estén coronadas por un televisor, y no por una biblioteca. Otro tanto deberíamos decir al comprobar que muchas de estas casas ni siquiera cuentan con un espacio reservado para el estudio. Licor de fácil consecución, pantallas por doquier y una cultura desestimada… como en el futuro distópico de 1984, la famosa novela de Eric Arthur Blair, más conocido por el seudónimo de George Orwell (1903-1950).


Dos

Por mucho tiempo, como estudiante, me vi obligado a comprar “libros leídos”, libros “de segunda mano”. Sólo con el tiempo —cuando las condiciones económicas me lo han permitido—, he logrado adquirir libros nuevos y me he permitido pensar en comprar una que otra edición especial (en términos materiales). Un ejemplo de ello lo representa 1984, de la editorial Lumen (2014). Realmente este libro no tiene ninguna particularidad material que lo haga especial, sólo tiene las características básicas que antiguamente tenían muchos libros, pero que hoy escasean dada la proliferación de ediciones “económicas”, las cuales —realmente—, no son del todo asequibles. de esta manera, por sólo tener las antiguas características mínimas puede ser considerado hoy como una edición “especial”. Él posee una faja de color naranja encendido, en la que se lee, en términos publicitarios: «1984…2018 CUANDO LA REALIDAD SUPERA LA FICCIÓN». El color de la faja contrasta con la solapa blanquísima en la que admiramos el juego visual entre los ojos del Hermano Mayor y el título de la obra (el diseño pertenece a Wolfgang Warzilek). El libro está editado en pasta dura, de color negra, y las guardas están impresas con la característica “L” de la editorial. Además de la novela, traducida por Miguel Temprano García (2013); la edición contiene el prólogo «Orwell, o la energía visionaria», escrito por Umberto Eco para la edición italiana de Mondadori (1984), y traducido al español por María Pons Irazazábal (2014); así como un «Epílogo» escrito por Thomas Pynchon (2003). Las tres partes de la novela están divididas por páginas que repiten el juego visual de la portada, pero en este caso sobre un fondo negro. No sobra decir que el papel, la cocida y el armado de la tapa suelta están a la altura del ejemplar traducido.

Me gusta leer un libro bien armado. Considero que, en una sociedad ideal, el soporte material de un libro debe ser igual de importante que su propio contenido. Los libros deben resistir los repetidos intentos de lectura, anotación y re-lectura; así como el traslado y desgaste entre los diferentes lectores, gracias a la práctica del préstamo. Los libros también deben ser fuertes y soportar el desgaste que, ahora mismo, significa vivir una vida en la que tenemos que robarle tiempo a nuestro trabajo para poder leer. Incluso, paradójicamente, nuestros estudiantes también deben robarles tiempo a sus labores para poder entregarse —sólo de vez en cuando—, a la lectura y a la reflexión que ella conlleva. Es una lástima que las ediciones 'fuertes' (permítanme ese nombre) no sean las populares; y es triste que cada vez existan menos interesados en estas peculiaridades. No me gusta pensar que nuestro desconocimiento sobre estos detalles sea un síntoma de la lenta y sistemática desaparición del libro y de sus contenidos. Lo anterior trae a mi mente una escena de 1984, en la que luego de lo que parecía ser un sueño revelador, pero que al final resulta ser un “sueño intranquilo” (como en La metamorfosis, de Kafka), se lee: “Winston despertó con la palabra «Shakespeare» en los labios” (54); quizás una premonición de lo que luego conoceríamos como los «hombres-libro», presentados y descritos en Fahrenheit 451 (1953), la novela —también distópica— de Ray Bradbury (1920-2012).


Tres

La primera vez que leí 1984 era un adolescente. Recuerdo que me aburrieron los capítulos dedicados al libelo Teoría y práctica del colectivismo oligárquico, así como pensé que era inoficioso el apéndice “Principios de nuevalengua”. En ese entonces sólo estaba interesado en la oposición del protagonista y en la potencial revuelta y lucha de los rebeldes. Hasta llegué a pensar que la relación de Winston con Julia reafirmaba la futura victoria de la humanidad contra el Hermano Mayor. Obviamente, mis expectativas eran otras: yo quería una novela ¿de acción y aventuras? y no quería por ningún motivo el tono ensayístico de la obra. ¿Acaso no se podía novelar todo lo descrito en Teoría y práctica del colectivismo oligárquico?, me preguntaba. Mi afán por la acción se cifraba en mi deseo de que todos juntos, personajes y lectores, lográramos derrocar al enemigo omnipresente… En ese entonces el final de la novela me decepcionó. Tengo que aclarar que siendo un adolescente la “decepción” era —casi— un concepto que me permitía evaluar ¡y hasta juzgar! una obra literaria. No soportaba el sentimiento de decepción. Pensaba que había sido engañado y que la obra que parecía perfecta resultaba ser, apenas, una obra mediocre.

Siendo un adolescente me concentraba en los detalles que, de 1984, más llamaban mi atención; los mismos que, según yo, Orwell no había sabido “explorar”. Entre esos detalles, el que más me gustaba era la creación de ese enemigo denominado Hermano Mayor, pero más que su creación: su presencia y su poder omnipresente. También me llamaba la atención aquella sociedad en la que los hombres debían trabajar más de sesenta horas semanales; en la que todo debía realizarse en conjunto y en la que prácticamente la soledad y el individualismo estaban prohibidos. Recuerdo que la escena dedicada a la lotería como un acontecimiento público, casi digno de celebrarse, hacía que me preguntara cómo algo tan ilógico podía tener tanto sentido...

También llamó mi atención la constante presencia de las “telepantallas” y de los “micrófonos” en todos los espacios de la derruida ciudad; así como la unión de los continentes en fuertes grupos económicos y militares; por supuesto, en esa época nada sabía yo sobre la globalización y la Internet. Con el tiempo aprendí que esta novela distópica intenta construir un mundo utópico basado en el miedo; y no en el hedonismo, tal como ya lo había hecho la novela Un mundo feliz (1932), de Aldous Huxley (1894-1963); cuyo título (y parte de su contenido) también rememora al Bardo de Avon, al escritor William Shakespeare (1564-1616). Por cierto, otro tanto sucede en la ya mencionada Fahrenheit 451, donde Shakespeare es aludido en varias ocasiones. de seguro se trata del homenaje que los escritores de distopías en lengua inglesa le hacen al referente literario inglés de mayor renombre...


Cuatro. El indeseable futuro de las lenguas

Mi segunda lectura de 1984 la hice hace tres años. Más de veinte años la separan de la primera. Por suerte, muchas cosas han cambiado entre una y otra lectura, y ahora en mi apreciación literaria intento no “juzgar” malsanamente aludiendo a concepciones subjetivas, tales como la ya aludida “decepción” adolescente. Ahora mismo siento que la obra tiene un valor agregado gracias a la adición del libelo de Emmanuel Goldstein y a los “Principios de nuevalengua”. En otras palabras, considero que el tono ensayístico de la obra tiene toda su razón de ser en el interior de la obra. Considero que el mayor agravio del Hermano Mayor es, justamente, su plan de reducir el léxico existente (y con ello, la literatura) para minimizar la riqueza y amplitud de las ideas y de los propios sentimientos. Esto me atemoriza mucho más que la fácil adquisición de la “ginebra sintética”, o la presencia cotidiana y avasalladora de la guerra, o la existencia de máquinas que escriben programáticamente el cine y la literatura contemporánea (me refiero tanto a la época distópica de la obra, como a nuestro mundo presente).

En 1984 este indeseable futuro de las lenguas sólo se compara a la aludida negación de la sexualidad y a la abolición del orgasmo, que en la novela se configuran como los acontecimientos necesarios para lograr —finalmente— la dominación completa por parte del Hermano Mayor. Pero gracias al tono del apéndice, a su presencia de proyecto pasado, inacabado, podemos comprender (nosotros los idealistas) que el futuro del enemigo omnipresente fracasó… Así que en esta ocasión he disfrutado leer cada línea del apéndice, así como su tono ensayístico. Me gustaría seguir siendo un idealista y pensar que el Hermano Mayor aún no domina estas otras facetas de la vida humana...

No quiero cerrar estas notas sin antes aludir a otra temática de 1984. Me refiero a todo lo que tiene que ver con la manipulación de los medios de comunicación, como la prensa, pero también con la manipulación de la historia y de todo registro público. En la obra se nos advierte: “La historia era un palimpsesto, borrado y reescrito tantas veces como fuese necesario” (65). Otro tanto sucede con las noticias y con la propia vida de las personas. No podemos olvidar que para controlar el futuro se debe controlar el pasado, el cual es manipulado en el presente... tal como sucede en la obra literaria.

Dado lo anterior, no resulta gratuito que la primera adaptación cinematográfica de esta novela (1984. Dirección y Guión: Michael Radford) empieza citando textualmente ese fragmento, en letras blancas, bajo un fondo negro. Luego se sucede la música y se presenta a una multitud congregada frente a una “telepantalla” gigante, multitud que escucha al Hermano Mayor, absorbida en sus palabras, como si se tratara de un grupo de autómatas.
Enlace: https://guardopalabras.blogs..
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