Ese lugar al que llamamos casa

Te habría preguntado si también tú te dabas cuenta de lo que me estaba pasando, de lo que me estabas haciendo, de esa cosa absolutamente vaga que crecía en mi interior y devoraba a la que yo había sido hasta
entonces.

Siempre que he quedado atrapada por alguien ha sido porque ese alguien ha conseguido previamente que aflorase la mejor versión de mí misma.
Cuando me gusto siento una felicidad indescriptible que hace que nazca en mí una fijación hacia quien ha conseguido que me sintiera así.

En cuanto etiquetas un concepto, cambia la manera en que lo percibes. Nadie tendría que haber acotado nunca el querer. Nadie nos tendría que haber explicado nada sobre el amor. Pienso en todos los esfuerzos que hacemos para definir e incluso embellecer lo que nos importa, y en el caos interior que supone tener que encajar dentro.

Una cosa es sentirse perdida y otra muy diferente darlo todo por perdido.

El vacío de los que deciden desaparecer ocupa siempre mucho más espacio que la presencia de los descarados que un día vuelven como si no hubiera pasado nada.

Cómo se añoran todas las posibilidades que ofrecía el pasado cuando se mira hacia atrás con la lente de la nostalgia...

Es conveniente dejar la puerta abierta a lo desconocido, pero cuando lo inexplorado es uno mismo hay que proveerse de herramientas lo bastante precisas como para poder trazar el mapa de la geografía íntima, esa que delimita quiénes somos más allá de los otros.

A veces hay que volver a casa para descubrir a donde queremos ir.

Cómo se añoran todas las posibilidades que ofrecía el pasado cuando se mira hacia atrás con la lente de la nostalgia...

Vuelves a estar irremediablemente dentro de mí, haciendo que afloren sentimientos que me reducen a una adolescente incapaz de obedecer a ningún freno.