Los hombres, los hombres, pensó Atenea: ése era el problema. Zeus había decidido favorecerlos porque parecían la raza más débil de todas. Pero luego, al crecer en número como las arenas de la playa y volverse fuertes, se habían hecho insolentes. Los hombres, creados a imagen y semejanza de los olímpicos. Atenea también los amaba, pero no podía negar que su desmesurada ambición empezaba a ser un problema muy grave. |