Había de demostrar que era sensible, pero sin dejarlo ver; había de decir que lo comprendió todo, pero como si nada hubiera comprendido, y había, en fin, de confesar lo último que confiesa una mujer: ¡que le temía!
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Había de demostrar que era sensible, pero sin dejarlo ver; había de decir que lo comprendió todo, pero como si nada hubiera comprendido, y había, en fin, de confesar lo último que confiesa una mujer: ¡que le temía!
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Cuanto más repasaba lo sucedido, cuanto más examinaba el semblante pensativo y tímido que tenía frente a él, más se sentía poseído de un cierto respeto
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Tienen las mujeres cierto instinto que las advierte de la proximidad del combate. Las más se exponen a él porque se creen bien seguras o porque aman el peligro. Las escaramuzas amorosas son el pasatiempo de las bellas desocupadas
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O es una mojigata o es una coqueta, se dijo. Ya ve, señora, cómo se piensa a los veinticinco años
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Es dulce y peligroso, atreverse a decir que se ama
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Rumiaba entre dientes algunas de esas frases preparadas de antemano que se saben por instinto y que jamás se dicen
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Como el cazador que, levantada la pieza, calcula la emboscada, los enamorados calculan sus probabilidades y meditan su ataque
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No es difícil enamorarse, sino saber decirlo
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Se prometió ir a verlas al día siguiente y llevar su dibujo para comparado con ellas y ver los defectos, al mismo tiempo que añadía un trazo, un bucle más, un nuevo pliegue al vestido. Hizo los ojos más grandes, dio mayor gracia a la silueta y volvió a pensar en el pie, en la mano, en los brazos desnudos y en otras mil cosa. En fin, estaba enamorado.
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¡Cuántos misterios encierra el destino! ¿Quién sabe, pese a las apariencias, cuál de las dos es más dichosa? ¿La más rica o la más hermosa? ¿Acaso la que sea más amada? No, sino la que ame más.
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¿Cuál de los siguientes libros fue escrito por Gustave Flaubert?