Durante el recuento, mientras permanecíamos en posición de firmes, yo me ejercitaba en el olvido y en no diferenciar el aliento entre inspiración y expiración. Y en girar los ojos hacia arriba sin levantar la cabeza. Y en buscar en el cielo la esquina de una nube de la que poder colgar mis huesos. Cuando lograba olvidar y encontraba el gancho celestial, este me sujetaba. Muchas veces no había nube alguna, solo el azul informe del mar abierto. [...] En días así, el cielo tiraba de mis ojos hacia arriba y el recuento los arrastraba hacia abajo; los huesos colgaban sin asidero de mi soledad.
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