Fue la primera vez que el frío inframundo de los mortales me pareció misericordioso ; al menos una parte de ellos continuaba viviendo. Ella había desaparecido por completo. Observé hasta que se apagó la última llama y regresé al interior de la casa. Un dolor me roía el pecho. Me llevé las manos a él y apreté los duros huesos y las cavidades. Me senté ante el telar y me sentí, por fin, como la criatura que Medea había definido : vieja, abandonada y sola, sin alma y gris como las mismas rocas |