Residuos

“Residuos” es una novela extraña que extrañamente se lee muy bien mientras esperamos encontrar esa extraña pieza, ese residuo, esa esquirla diminuta que anda suelta por la narración y que tenemos la esperanza de que aparezca, encajarla en el sitio justo y dotar a la novela de todo su sentido. Realmente no sé si la encontré, y si la encontré, no sé si la encajé, y si la encajé, no sé si le hallé sentido. de hecho, no sé si tiene algún sentido que encontrar.

“- Si no quieres repetir las cosas, debes comprenderlas…
- Pero yo quiero repetir las cosas… y no quiero comprenderlas.”

Al protagonista de “Residuos” le cayeron dos cosas sobre la cabeza. Primero, algo que bien pudiera ser un residuo de un avión que le produjo un traumatismo que lo dejó en coma. Cuando se recuperó había perdido parte de la memoria, dudaba de su identidad y tuvo que aprender desde cero a moverse (“Hay setenta y cinco maniobras involucradas en dar un solo paso hacia delante, y cada maniobra tiene su propia orden. Tuve que aprenderlas todas”). La otra cosa que le cayó fue una enorme indemnización con la que no sabía qué hacer.

Tras salir del coma (si es que en verdad salió y todo lo que viene a continuación no es más que un desvarío comatoso), todo le erra irrelevante (“Me aburría, la gente, las ideas, el mundo: todo”), se sentía falso, todos sus movimientos, que primero tenía que pensar y luego hacer, le parecían irreales, forzados, adquiridos. Él quería ser uno con sus movimientos y hasta con el entorno, no percibir solo la superficie, meterse también debajo, “en lo que está en su interior, lo íntimo… como si penetráramos la piel de algo; de la ciudad, tal vez o quizá de la vida misma”. Todo detalle de su entorno adquiere relevancia y precisa de atención, su mente no es capaz de desecharlos antes de que lleguen a la conciencia como nos pasa a todos los demás.

En fin, el hombre cuestiona su identidad, cuestiona la realidad, vamos, que está hecho un lío. Hasta que tiene un momento magdalena, la visión de una grieta en la pared de un baño le trae reminiscencias de un momento perfecto de su vida, no queda claro si real o inventado, un momento que no tiene por qué ser trascendente, que más bien pudo ser banal, pero que siente que fue un momento en el que todo encajó.

“… todos mis movimientos habían sido fluidos, no forzados. No eran torpes ni adquiridos, de segunda mano, sino naturales. Abrir la puerta de mi frigorífico, encender un cigarrillo, incluso llevarme una zanahoria a la boca: todos estos movimientos eran suaves, perfectos. Me fundía con ellos, pasaba a través de ellos y dejaba que ellos pasaran a través de mí hasta que no hubiera espacio entre nosotros. Eran reales, yo había sido real, sido antes de comprender cómo intentar ser: eliminando el desvío. Recordé todo esto con la fuerza de una epifanía, de una revelación. En ese instante supe exactamente qué quería hacer con mi dinero. Quería reconstruir aquel espacio y entrar en él para así poder sentirme otra vez real. Quería hacerlo; debía hacerlo, y lo haría. No importaba nada más.”

Para esas reconstrucciones contrata a un facilitador que deberá suministrar todos los medios materiales y humanos, así como organizar toda la logística precisa para la realización de una serie de performances, cada cual más loca que la anterior, en la que se compran edificios que se transforman hasta el más mínimo detalle en aquel otro que le vino a la memoria y al que se llena de gente que debe recrear su recuerdo hasta en el gesto más intrascendente; se recrean muertes de mafiosos a manos de sicarios, para lo que se cierran calles enteras en las que reproducir el asesinato; se replica un banco para escenificar un robo o el arreglo de una avería de un coche en un taller… Y todo ello se repite una y otra vez, días, semanas, meses enteros, incluso a distintas velocidades… todo al capricho o a la inspiración del individuo hasta que consigue la sensación que busca, un subidón, un éxtasis que le mantiene prácticamente en coma durante varios días, una sensación que necesita experimentar una y otra vez, y en la que también interviene esa erótica del poder, la sensación de una soberanía total y absoluta sobre hechos y personas, sin consideración por nada ni por nadie, dirigir a su antojo, únicamente atendiendo a sus propias necesidades.

La narración de todo ello implica el pesado relato de mil y un detalles que se tienen que tener en cuenta, mil y una repeticiones de los mismos hechos que son narrados igualmente, todos los pormenores de la logística necesaria para la realización de las performances, los objetos necesarios, las obras necesarias, los percances…todo. Algo que admitimos que es necesario en el desarrollo de la novela, pero que, al mismo tiempo, la hace tediosa.

Y todo ello, ¿con qué objeto? Ni la menor idea. Quizás, como dice Auster, porque la verdad de la historia radica en los detalles. de hecho, tengo la impresión de que la única forma de explicar la novela sería repetirla, palabra por palabra, punto por punto.

Y pese a todo lo dicho, la novela se lee de un tiro. Puede ser que alcanzar esa zanahoria de la que nos habla el autor es lo que nos mantiene en la historia hasta poder llevárnosla a la boca… no sé, creo que no puedo evitar ser más de chuletón, qué le voy a hacer.