No se repartían premios en el colegio, pero con los «¡Bien hecho!» del señor Bhaer y los informes favorables del libro de la señora Bhaer aprendían que cumplir con los propios deberes y hacerlo a conciencia conllevaba en sí mismo una recompensa que llegaría tarde o temprano. La pequeña Nan no tardó nada en captar este ambiente, en disfrutar de él, en demostrar que era lo que necesitaba; porque ella era un huertecito lleno de flores bonitas medio escondidas entre las malas hierbas y, cuando empezaron a cultivarlo una manos amorosas, salieron toda clase de brotes verdes que prometían florecer con esplendor al calor del cariño y la atención, que es el mejor clima para las almas y los corazones tiernos de todo el mundo.
|