Él navegaría rumbo a Troya y yo le seguiría, incluso hasta la muerte.
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Él navegaría rumbo a Troya y yo le seguiría, incluso hasta la muerte.
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Ojalá lo hubiera sabido —le había dicho el primer día cuando me la enseñó—. Estuve a punto de no venir porque no quería dejarla atrás. —Ahora ya sé cómo conseguir que me sigas a todas partes —repuso él con una sonrisa. |
—Lo juro —repliqué, perdido en el intenso arrebol de sus mejillas y el flamear de sus ojos.
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Escucha y no digas nada. Ese ya no es tu nombre. Ya se nos ocurrirá qué hacer. Se lo preguntaremos a Quirón. Aquiles jamás había hablado de ese modo: cada palabra atropellaba a la siguiente de tan deprisa como las pronunciaba. |
Se alzó en mi interior una certeza que terminó alojándose en mi garganta: «Jamás voy a dejarle. Será así siempre, hasta que él me abandone».
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Qué había pensado Deidamia que iba a suceder cuando había puesto a bailar a sus mujeres para mí? ¿De verdad pensaba que no iba a reconocer a Aquiles? Me bastaba un simple roce o el olor para identificarle; y si me quedara ciego, podría reconocerle por el modo en que respiraba o en que pisaba el suelo. Le reconocería en el fin del mundo, incluso en la muerte.
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Siempre tienes revuelto el pelo aquí. —Me tocó la cabeza justo detrás de la oreja—. Creo que nunca te he dicho lo mucho que eso me gusta.
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—Soy Aquiles, hijo de Peleo, hijo de dioses, el mejor de los griegos. He venido a traeros la victoria.
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«Aquiles se parecerá a él cuando se haga viejo», dije para mis adentros. Y entonces me acordé de que él jamás iba a envejecer.
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—Pero ¿me perdonarás? —No necesito perdonarte. —Alargué la mano para coger la suya—. Tú no puedes ofenderme. —Hablé con cierta precipitación, pero con toda la convicción de mi corazón. |
¿Qué criaturas mágicas podemos encontrar en Gringotts, el banco de magos?