Por supuesto que hay muchas muertes a lo largo de la vida. La mayoría de las personas no se dan cuenta. Creen que se mueren una vez y ya. Pero basta con poner un poco de atención para darse cuenta de que una va y se muere a cada rato.
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Por supuesto que hay muchas muertes a lo largo de la vida. La mayoría de las personas no se dan cuenta. Creen que se mueren una vez y ya. Pero basta con poner un poco de atención para darse cuenta de que una va y se muere a cada rato.
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A los fantasmas no los veo ni tampoco distingo muy bien a los tres felinos, pero en mi mundo de sombras blancas soy un estorbo más con el que tropiezo todos los días - como el escritorio, el reposet donde antes leía, como las puertas entreabiertas.
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No tanto el tedio (eso hubiera sido seguir veinte años a su lado y terminar durmiendo en otra cama). No tanto el desprecio (el tamaño insuficiente de sus manos, la temperatura inofensiva de su cuerpo dormido, el sabor de su sexo). Sino el odio. Romper al otro, quebrarlo emocionalmente una y otra vez. Dejarse romper. Escribir esto es vulgar. Pero la realidad lo es aún más.
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La ceguera, como los castigos y las cataratas, vienen desde arriba, sin un propósito o sentido determinable; y se acepta con la modesta resignación de un cuerpo de agua atrapado en una cuenca, perpetuamente alimentado por más de sí mismo, y finalmente reemplazado por su propia materia enferma.
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El único remedio, la única manera de salvar todos los planos de la historia es cerrar una cortina y alzar otra: bajar una persiana, para poder desabrocharse la blusa; describir una historia en un archivo y urdir una trama distinta en otro.
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Como agua para chocolate