El germen del pánico pareció cundir entre los hombres del grupo. Una cosa era perseguir a aquel ente innombrable y otra muy distinta encontrarlo.
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El germen del pánico pareció cundir entre los hombres del grupo. Una cosa era perseguir a aquel ente innombrable y otra muy distinta encontrarlo.
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Fue en el término municipal de Dunwich, en una granja grande y parcialmente deshabitada levantada sobre una ladera a cuatro millas del pueblo y a una media de la casa más cercana, donde el domingo 2 de febrero de 1913, a las 5 de la mañana, nació Wilbur Whateley.
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Lo que yo creo es que el Señor nos juzga por nuestras iniquidades y que ningún mortal se salvará.
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Esas gentes son tan silenciosas y hurañas que uno tiene la impresión de verse frente a un recóndito enigma del que más vale no intentar averiguar nada
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Apenas se ven forasteros en Dunwich, y tras los horrores padecidos en el pueblo todas las señales que indicaban cómo llegar hasta él han desaparecido del camino. No obstante ser una región de singular belleza, según los cánones estéticos en boga, no atrae para nada a artistas ni a veraneantes. Hace dos siglos, cuando a la gente no se le pasaba por la cabeza reírse de brujerías, cultos satánicos o siniestros seres que poblaban los bosques, daban muy buenas razones para evitar el paso por la localidad. Pero en los racionales tiempos que corren -silenciado el horror que se desató sobre Dunwich en 1928 por quienes procuran por encima de todo el bienestar del pueblo y del mundo- la gente elude el pueblo sin saber exactamente por qué razón.
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Fue un escritor...