—No desperdicies tu energía vital que las mujeres. —No, Donjun-san. —No olvides que esta es más flaqueza especial en tu interior. Ejercita la disciplina en todas las cosas. —Sí, Donjun-san. —Eres un guerrero. Tu corazón es la hoja de la espada. |
—No desperdicies tu energía vital que las mujeres. —No, Donjun-san. —No olvides que esta es más flaqueza especial en tu interior. Ejercita la disciplina en todas las cosas. —Sí, Donjun-san. —Eres un guerrero. Tu corazón es la hoja de la espada. |
La estancia llena de mujeres guardo un silencio por corriente cuando el señor Gerard apareció en la puerta... Hubo una toma de aire colectiva de las féminas ante su presencia: la de un dorado arcángel Gabriel, el pelo ligeramente alborotado por el viento, que hubiese descendido a la tierra, y al que solo le faltaban las alas.
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Los japoneses decían: «Okage sama de», «Soy lo que soy por lo que has hecho por mí». Samuel pensó en Dojun y cerró los ojos, atormentado.
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Y el amor, como siempre había dicho la señorita Myrtle, era un potente estimulante para las mentes carentes de sabiduría, que uno tenía que saborear con extrema prudencia, con sorbos pequeños y refinados, igual que su licor de cerezas.
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