Un suceso supone un culpable. Un suceso horrible exige un monstruo. Un monstruo debe ser encerrado. Ese simplismo en el análisis traduce un movimiento de fondo en nuestra sociedad: la necesidad de asignarles a todo crimen, a todo accidente, a toda enfermedad un responsable ante el cual desviar la propia rabia. El estigma del culpable va acompañado de la sublimación de la víctima: esta es tanto más inocente cuanto aquel es abyecto. Esa interpretación apunta al advenimiento de una sociedad de buenos y malos.
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