Ambos se amaban, y ninguno quiso confesar su pasión; cual si enemigos fueran, se miraban, muriéndose de amor! Separáronse al fin; no más en sueños el uno al otro vio: estaban ambos muertos, sin saberlo ninguno de los dos. |
Ambos se amaban, y ninguno quiso confesar su pasión; cual si enemigos fueran, se miraban, muriéndose de amor! Separáronse al fin; no más en sueños el uno al otro vio: estaban ambos muertos, sin saberlo ninguno de los dos. |
¿Recuerdas lo que decía la canción? Murió un doncel, volvió, y a la tumba fría llevóse a su amada infiel. Niña hermosísima, advierte lo que a recordarte voy: aún vivo, aún vivo, y más fuerte que todos los muertos soy. |
- ¡Cuál tu agitado corazón palpita, bellísima Sirena! - Si así palpita mi azorado pecho, si salta el corazón y arden mis venas, es, gallardo mortal, porque te adoro con ansiedad frenética |
¡Cuánta nube! En sus mullidos pliegues duermen las deidades; y en los orbes conmovidos, al compás de sus ronquidos, estallan las tempestades. |
Tomaban té y platicaban a la vez sobre el amor, ellos, con tono dogmático, ellas, con dulce emoción. |
Me han atormentado el alma, me han descolorido el rostro, los unos con sus cariños, con sus rencores los otros. Me han envenenado el agua que bebo y el pan que como, con sus cariños los unos, con sus rencores los otros. Pero la que me ha causado más tormentos, entre todos, ésa, ni jamás me quiso, ni me odió nunca tampoco. |
Te amé, y mi pobre corazón aún te ama; y aunque se hundiera el universo un día, de sus escombros la triunfante llama de mi insensato amor renacería. |
No puede ser: ¡triste suerte! ya es la tumba mi mansión: sólo de noche, por verte, vengo, burlando a la Muerte: ¡ve si es grande mi pasión! |
¡Ay! de mis penas más graves compongo breve canción, y agitando plumas suaves, va a posarse (tú lo sabes) en tu ingrato corazón. |
Las azules violetas ruborosas de su pupila, que serena brilla; las delicadas rosas de su fresca mejilla; las blancas azucenas de su mano: todo, para robarme dicha y calma, todo aún florece espléndido y lozano |
Marinero en tierra